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Nunca he pensado en mí como una persona de playa. En Hawaii me cambió el concepto, por varias razones. Nunca fui de acostarme a esperar que la piel me cambie de color (me gusta el mío por más blanco que sea, y lo otro es que no me bronceo por más sol que reciba), pero aprendí lo delicioso que es leer con el rumor de las olas, acostada sobre arena tibia, dormir un rato a la sombra de una palmera y despertarme para ver una tortuga a mi lado, o tal vez una ballena saltando. Observar y pensar o dejar de hacerlo hasta que el sol se vaya con esos ocasos rosados
de Kona. Por otro lado, aprendí a respetar el agua, desde la ayuda refrescante, el olor y sabor salado que se quedaba impregnado en mi piel, hasta la fuerza impresionante de las olas. Pero lo más importante de esta isla, es que no era solo playa, Hawaii tiene los paisajes más diversos y raros, hasta contradictorios. Dos de sus montañas, Mauna Kea y Mauna Loa, están cubiertas de nieve casi todo el tiempo, tienen tormentas fuertes y muchas veces las cierran, la voz aburrida que cuenta el estado de los volcanes también avisa si las carreteras están cerradas.
De las tres veces que visité el lugar, solo en una

tuve chance de subir hasta la cumbre donde se encuentra el hermoso observatorio que se ve en la película de Cloud Atlas. Tengamos en cuenta que el laboratorio mas importante del mundo está sentado sobre un volcán (sí, Mauna Kea es un volcán con nieve, ¿no es hermoso?). La primera vez que subí tomamos mal una salida y resultamos yendo por la hermosa carretera vieja, que me ofreció un paisaje espectacular y las fotos desde el carro. Este día estuvo cerrada la montaña por tormenta y solo llegamos hasta el centro de visitantes. Tres telescopios, uno enseñando
marte, otro la luna, y el último una constelación cuyo nombre no entendí. Era de noche y el cielo no estaba tan despejado, fue un "error" subir con luna llena pues la luz no permite ver algunas estrellas, según nos indicaron. Pongo error entre comillas porque estando ahí la luna se veía tan hermosa, tatuada con estrías color mate que no me permitía observar otra cosa. No tenía tanta habilidad para las fotos nocturnas y no logré tomar una foto que valiera la pena, pero creo que no la necesito, la tengo presente en el recuerdo, como lo que el telescopio permitió ver. Es
maravilloso saber que somos piezas diminutas del universo, pero sin embargo somos tan grandes y complejos (ya sé,ya empecé con reflexiones... sigo).
A medida de que uno sube la montaña el clima baja de manera paulatina pero evidente, cuando sacaba las manos de los guantes para configurar la cámara, necesitaba unos minutos para volver a sentir los dedos, y eso que en esa parte todavía no había nieve. Me cuentan que hace unos años incluso el centro de visitantes se cubría de nieve, ya no, una prueba más del calentamiento global. Antes de que lo
 olvide, si alguno va, lleve chocolate o cocoa en polvo, en el centro hay agua caliente y vasos para prepararlos, además de palitos chinos para los que suban pastas o alguno de esos productos orientales tan prácticos. Ese me parece un detalle bonito del centro. También ahí se puede comprar comida, pero es más bien caro. SI no llevan sacos suficientes por 30 o 40 dólares se pueden llevar uno.
La segunda vez que subí fue más temprano, el calor llegó hasta el centro de visitantes. Esta vez el telescopio era solo uno apuntando al sol, mostrando las explosiones solares, pequeños volcanes explotando en la superficie el astro gigantesco ¡entre más conozco se me hace el
universo más maravilloso! Mis constelaciones favoritas contaban la historia de Teseo, Orión orgullosos de sus presas, Castor y Polux brillaban, resplandecían.
A medida de que uno va subiendo la montaña se da cuenta que deja las nubes abajo, las nubes se van quedando por el camino. Me emociona saber que es lo que sienten las águilas cuando vuelan muy alto, esto y la visión hermosa de las montañas de un café intenso, parecen hechas de brownie que ha sido derramado con helado de vainilla. Aquí conocí la nieve, sí, en Hawaii, ¿irónico?
Ya mucha de la nieve se había convertido en hielo, por lo que estaba muy resbaloso el piso, pero nada de esto me evito observar con tanta emoción el paisaje. Para que
se den una idea del frío que estaba haciendo, tomé de fondo a ese señor que pensé que se iba a desmayar. Mis acompañantes se metieron en el carro mientras yo andaba como niña chiquita emocionada con el espectáculo que es conocer el mundo.
Este lugar es considerado un lugar sagrado, por el mismo hecho de ser un volcán. Recientes planes de astronomía desean instalar un telescopio mucho más potente que implicaría afectar notablemente la montaña. En los últimos meses protestantes han impedido que empiecen obras. Sonrío al ver a mis amigos luchando por sus ideales, su tierra y lo que para ellos es sagrado.

Mi abuelita tenía siempre problemas de frío (me decía que a los viejos les da mucho frío y yo siempre temblaba de relacionarlo con la muerte... ese es otro tema, como para cuento), y yo le envidié por años su gorrito, ahora lo tengo yo; ese día hermoso me acompañó, entendí por qué le gustaba tanto.
En la parte trasera del carro llevábamos las boogie boards, ¿ya se imaginaron para qué? Para quienes me conocen y piensan que no le tengo miedo a nada, tengo que hacer la confesión
pública, me da miedo casi todo, pero la emoción más grande de la vida es retar el miedo, romperlo. Me acomodé montaña abajo y me tiré con la tabla. Vi una piedra e intenté esquivarla, lo logré, solo que se desbalanceó la tabla y rodé un par de metros. No me dolió, pudo haber sido la emoción porque al otro día tenía un morado bastante diciente; el pantalón sí se rompió (y estoy orgullosa del recuerdo, es mi jean favorito).
A la bajada paramos un par de veces para llevarme fotos, y en una de esas bajadas y subidas ya no encontré mi gorro.
Desde muy niña mi mamá me enseñó que las cosas materiales se reponen, pero yo sentía un vacío inmenso por perder el recuerdo de mi abuela. Y es que no son los objetos, es lo que significan. James y María, con quienes viajaba, se ofrecieron a volver, pero con el viento que hacía, si se había caído iría muy lejos. Me quedé mirando afuera, imaginando en manos de quién terminaría, y solo pedí que lo tuviera alguien que lo apreciara, que no lo tiraran. Entonces, en la chaqueta en la que busqué mil veces estaba muy a la vista. Lo tengo puesto mientras escribo el post.
Supongo que hay legados que deciden quedarse con uno en físico.
Les dejo el mapita de siempre, Mauna Kea es la hermosa montaña a la derecha con los punticos blancos en la punta.

4 comentarios:

  1. Para que no digas que soy solo flores, y bien sabes que no es así, decidí aguzar el sentido crítico y darte palo. Pero la tarea no fue fácil y a decir verdad dudo ahora que sea una crítica objetiva, pues por más que busqué poco encontré que no estuviera apegado a mi gusto personal.
    Siempre he tenido problemas con el "de que" pues me parece que foneticamente es horrible, es lo más parecido a ser expulsado del texto literario al pasillo de un ruinoso cebollero. Mas creo, pues no me tomé la molestia de estudiar las reglas gramaticales, que el uso en el texto es correcto.
    Como ves y en lugar del prometido palo terminé fustigandote con una racimo de flores, cuyas corolas yacen ahora esparcidas sobre ti.
    Buen trabajo escrito, aunque para mi gusto demasiado personal (la espina del tallo).

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    1. Gracias, Alejo. Hasta donde sé la gramática va bien en este caso, pero tienes razón, el de que lo lleva a uno a un coloquialismo que escrito a veces no parece decente. Gracias por leer, y debo confesar que tengo esta maña de hacer todo demasiado personal, al menos con el blog, me has puesto a pensar qué tan bueno o no es, gracias por tercera vez y un abrazo.

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  2. Me encantan las fotos de este post.
    Pobre señor, de verdad que no estaba preparado para el clima, apenas lleva un saquito.

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  3. Carolita, me entró la nostagia jejeje... Gracias por leer y recordar

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