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De donde viene el fuego


Cada hora las emisoras de radio emiten información del estado de la lava y los volcanes; la voz que informa parece de ultratumba. Pocas veces logré entender lo que decía, uno por el tono grave de la voz y dos, por la falta de atención: o me aburría o me estaba imaginando al tipo detrás de la voz, a veces algo así como un Drácula desempleado, un Batman que ha decidido empezar por algo para ser locutor o incluso Bane con todo y máscara. Me parecería mucho más lindo si las emisoras contaran qué tan enojada está Pele (la diosa de los volcanes), haría la noticia interesante para mí.

En Hawaii están muy pendientes de la actividad

volcánica y de los tsunamis también, tienen tecnología especializada en la isla (son el primer aviso para Japón) y las rutas de evacuación están marcadas por las calles. es imposible perderse, ni siquiera siendo un turista. 
El último tsunami en la isla, destrozó el malecón que llevaba siglos construido, pero no dejó ni siquiera una pérdida humana.
Agua y fuego son los mayores temores de Hawaii y también las mayores bendiciones. La tradición oral habla de esas largas épocas de sequía, de cómo la tierra no producía frutos y dejaban de ver papas y taro, de que tenían que conformarse con Noni (que por más medicinal que sea y por más
de que crezca en toda la isla, sabe y huele horrible). Los antiguos Hawaiianos le rezaban al dios que era su hermano mayor, Kane. Él les daba la receta necesaria para tranquilizar a Pele y a otros dioses, esta usualmente consistía en encerrarse y meditar, en orar y ayunar. Cuando las personas cumplían su parte, Kane les
entregaba la comida, la podían sacar directo del imu (horno bajo la tierra).
Por más brava y malvada que sea Pele, es hermosa, ella y todo lo que crece alrededor después de las funestas consecuencias de sus enojos. El parque de los volcanes muestra en el centro de visitantes, el gran volcán que aún está activo pero bajo control (mientras alguien no enoje Pele). Del gran cráter sale un humo hipnotizador y desde el telescopio se pueden ver las explosiones. Algunas partes del cráter se ven al rojo vivo. Y todo esto es solo la entrada del parque.
En la recepción me llevé una pequeña decepción, después de conducir varias horas, la actividad volcánica estaba movida, haciendo que muchas zonas estuvieran cerradas por precaución (incluidas las que permiten ver lava); solo podía tenerse parcialmente la perspectiva.
Entonces, aprendí de nuevo que el camino es más importante que el destino. El parque no es solo volcanes y lava, tienen una variedad impresionante de vegetación que me hizo sentir en Jurassic Park (de haber salido un dinosaurio me hubiera sorprendido menos de lo que piensan) y es un lugar ideal para observar aves (muchos viajan con sus binoculares a Hawaii exclusivamente para llenar su libro de aves). De la vegetación tengo que destacar la más bonita de las flores, la flor de la lluvia. Mis compañeros de viaje me advirtieron que no arrancara la flor porque empezaría a llover. No crean que no me dieron ganas de probar la teoría, pero no quería mojar la cámara, así que me abstuve, por eso y porque no me gusta arrancar florecitas, que vivan y alegren los ojos de quienes pasan a admirarlas. A Buda le prefguntaron sobre la diferencia entre amar y desear; desear es ver la flor, dijo, y arrancarla para llevársela; amar es regarla día tras día. 
Bueno, regresando al parque, para ingresar al parque se paga el boleto
de entrada que tiene vigencia por siete días y vale la pena aprovechar; el contraste de los volcanes con la naturaleza es un espectáculo sublime, la naturaleza resurgiendo entre la roca que alguna vez  fue fuego y arrasó con ella. También están los túneles que dejó la lava, y a lado y lado de la carretera se ven los letreros con la información del año de la lava como monumentos de guerra. Entre algunos campos de lava se encuentran muestras de petroglifos, que Pele cuidó (seguro por algún coqueteo
hawaiiano). También se encuentran arcos de piedra que llevan siglos firmes y hacen del atardecer un espectáculo de los que quitan el aliento.
Si se lleva un poco más de tiempo (y se corre con la suerte de que esta parte del parque no esté cerrada, suerte con la que yo no corrí) se pueden caminar unas 6 horas hasta llegar al punto donde la lava cae al agua. Sino quieren caminar hasta esa parte del volcán pero lo quieren ver, contratan un helicóptero y lo visitan (y si pueden pagar el alquiler del helicóptero, me llevan).
Este viaje requiere llevar comidita y bebida porque no se encuentra nada en el camino, y es
un parque gigante que requiere carro por las distancias largas. Yo no pude haber tenido una mejor experiencia. El sitio es bastante lejos de Kona, por lo que tuvimos (tuve) que manejar varias horas (tal vez cuatro respetando los límites de velocidad). En la ida tuvimos un par de paradas para observar South point (un sitio que usan mucho para lanzarse al agua y del que me arrepiento no haberlo hecho porque me daba pereza sola), también para tomar fotos de los molinos de viento que generan energía y obviamente para comer, tanto almuercito como malasada (una especie de dona pero más suavecita y sabrosita). Cabe contarles que hay formas baratas de comer en estos viajes, los perros calientes son una opción siempre económica pero también las sopas que sirven en bowls encima de arroz. Las más ricas son las de chili y la portuguesa, excelentes opciones por 4 o 5 dólares (les dejo fotico de un lugar clásico donde además pueden comprar pan de frutas de los que le ofrecían a los dioses). Aquí comimos de ida, pero a la devuelta y por sugerencia desacertada de uno de mis compañeros, tomamos un camino más largo y con menos sitios para escoger, terminamos comiendo pollo asado en una gasolinera (sí, allá también venden por presas). Voy a retractarme sobre la desacertada sugerencia, esa fue la noche más llena de estrellas que he presenciado, de punta a punta el cielo se colmó de lucecitas, solo era el cielo negro y el suelo en el que trataba de concentrarme sin mucho éxito. Tuve que detenerme a admirar el cielo por miedo a estrellarme por estar embobada.
Bueno, pero el fuego de la isla no solamente está en los volcanes, sino en el corazón de los amantes que observan el atardecer juntos. Una pareja de ancianos notó que les tomé la foto más romántica que he podido inmortalizar, me contó que cada año van al mismo lugar y él le propone matrimonio, una tradición que les recuerda que es decisión diaria amarse cada día. 
El calorcito de la isla también es patrocinado por las millones de sonrisas con las que uno se cruza a diario, con los niños activos que corren y con los padres que los dejan correr, con la pasión y la emoción que despiertan en ellos la naturaleza, con el testimonio que cuentan sus pieles oscurecidas por el sol y los recordatorios en manillas, collarcitos y demás que cuentan la historia de una tortuga, un tiburón, un león marino, la isla. Mientras recuerdo tantas cosas que me dieron calor en Hawaii me pregunto qué es lo que nos hace tan fríos. 
La ciudad nos pasa una cuenta de amnesia y nos hace olvidar que los otros que fastidian y complican el Transmilenio, que van desesperados pitando en carros o caminando a paso veloz, también viven, piensan y sienten. Se nos olvida compartir el calor propio, y entonces estamos más solos y más fríos. 

Esta vez no marco el mapa porque es bastante evidente la ubicación del parque de los volcanes. 

2 comentarios:

  1. En esta ocasión el texto me fue opacado por la singular belleza de la escritora. Hermosas fotos.

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