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Razones para odiarme


Voy a pedir por adelantado una disculpa por centrar tanto este post en mis experiencias personales (y van a ver un montón de fotos incómodas mías), busco que otras personas se sientan identificadas con el sentimiento. Y, ahora sí, empecemos:
¿Mienten las fotos? Hace pocos días estaba revisando las fotos de Foz do Iguaçu y me encontré con una que no reflejaba en absoluto lo que estaba sintiendo (una emoción embriagante, un cansancio feliz, un asombro renovador). Me veo incómoda, con los hombros tensos, como si las manos me sobraran. Incluso la expresión en la cara puede ser de aburrimiento, timidez. Entonces recordé que fue una foto que le pedí a una desconocida y que otros turistas más se quedaron observándome mientras esperaban su turno en el punto. Estaba haciendo algo que no se me da bien: posar. En cuestión de segundos todas mis inseguridades estaban danzando, mi estima propia se perdió... este es un tema me sigue tomando tiempo de vida.
Desde niña me han enseñado a odiarme y creo que aprendí muy bien la lección.
Era muy chiquita cuando me decían que mi pelo era demasiado delgado, muy liso, baboso, que no se dejaba peinar. Me molestaban porque prefería usar una gorra para salir a jugar, en lugar de hacerme las tortuosas trenzas que todas las niñas de mi edad se hacían y después admiraban felices frente a un espejo; me llevaban engañada al peluquero y varias veces tuvieron que sostenerme para que me dejara cortar el pelo en moda totuma. Crecí, mi pelo cambió y empezaron a resaltar que era demasiado desordenado, muy rebelde, me preguntaban si no me peinaba, o me daban consejos no solicitados para manejarlo y verme más presentable. Ahora me hago la keratina para que se mantenga "decente" y evitarme así comentarios (además de mis propios juicios al verme en el espejo cada día).
Desde que lo recuerdo tengo dermatitis, principalmente afecta mis manos (por las que me han llamado "viejita" desde muy niña). Sabía que era diferente, pero era para mí como un súper poder, hasta que en segundo de primaria la profesora me tomó de la mano y me preguntó qué tenía en las manos. Dermatitis atópica, contesté orgullosa de saber el término técnico, entonces ella me soltó la mano y se la limpió con el delantal haciendo un gesto de desagrado. No se contagia, agregué, pero no me volvió a tomar la mano. Han pasado años y la gente me sigue aconsejando cremas, tratamientos, dermatólogos para que mejore, mientras llevo casi toda mi vida intentando convivir con una enfermedad que me ha causado problemas de autoestima. Sí, he tenido días en los que he decidido no salir de la casa porque no quiero que me vean con un color rojo intenso alrededor de la boca, o una roncha en el brazo (en los mejores escenarios), porque no quiero que me miren en la calle o me hagan preguntas, porque no quiero ir por el mundo tratando de ocultar una mancha que no pedí y que además me produce escozor y ardor a veces insoportable.
También me como las uñas inconscientemente, sobre todo en momentos de tensión. No lo hago por gusto, y sí, preferiría no hacerlo, pero no es un acto voluntario y tampoco ha funcionado dejarme en ridículo públicamente, la vergüenza por años solo me causó más ansiedad y menos ganas de estar entre desconocidos u opinólogos. Puede ser un tema de disciplina y autocontrol, pero no lo he superado por mis propios medios, ni por arreglarme las uñas, quererme más, ponerme esmaltes, o picantes en los dedos. Esta costumbre, sumada con la dermatitis, ha hecho que toda la vida intente esconder las manos. Cuando menos lo pienso me doy cuenta de que las tengo apretadas, tensionadas o escondidas en los bolsillos.
También recuerdo que en mi juventud y adolescencia se me metió en la cabeza que estaba gorda y tenía panza (viendo fotos me doy cuenta de que no era así) y noto que la misma concepción sobre mí misma no ha cambiado en tantos años. Y aunque sé que es normal tener algo abultadito el vientre (en especial porque no me ejercito aplicadamente), pareciera que un mensaje poderoso me hace rechazar mi cuerpo de manera constante. No me siento cómoda en vestido de baño y nunca pude ponerme una camiseta corta o un pantalón descaderado sin estar incómoda. A eso le sumé las criticas constantes sobre mi color de piel demasiado blanco y los senos que empezaron a crecer cuando mi mente todavía estaba sumergida en la niñez.
Por esas razones usé (y a veces uso) ropa muy holgada intentado ocultar mi cuerpo. Ahora, esto de usar ropa más grande tampoco me salvó de las criticas, porque resultó que me vestía como un hombre, sin clase y no aprovechaba mis atributos (como si fuera una obligación mostrarse para buscar aceptación masculina o la admiración femenina). Por esa misma línea comenzaron las críticas: no me maquillaba ni usaba accesorios más femeninos (lo cual tampoco entendí nunca, nunca me llegaron las ganas de jugar a maquillarme y siempre sentí que los tacones son una tortura).
Ojalá ahí se detuvieran mis inseguridades, pero también me es difícil sonreír, tengo los dientes demasiado grandes y pasar por 8 aparatos antes de los brackets y un montón de líos odontológicos con lo que aburriría a grandes y a chicos.
Para agregar ironías a la vida, el mismo año que me pusieron los brackets, me recetaron las gafas y la televisión Colombiana estrenó Betty la fea (y yo ya era la ñoña del salón).
Con las gafas (que me encantaron desde el principio) vinieron los comentarios de: busca unos lentes sin marco que no se noten, no les pongas color, mejor ponte lentes de contacto, cómo vas a dejar de mostrar tus ojos, te ves mejor sin gafas.
La lista de cosas que odio de mí puede seguir de manera indefinida, como el miedo de tener demasiado pelo corporal para ser una mujer (que me llevaron a los cinco años a cortarme con una máquina de afeitar que no sabía utilizar), las cejas desordenadas, tener juanetes (porque siempre ando descalza), el pie plano y demasiado grande para mi estatura, las piernas llenas de cicatrices porque no hacía otra cosa que caerme en mi niñez (la mayor de las preocupaciones de mi abuela, quien soñaba que algún día me convirtiera en reina de belleza), caminar como Tommy (de Rugrats), las piernas muy gordas, el brazo de tía, el bultito de la tiroides demasiado pronunciado, la nariz muy pequeña, etc.
Todo esto no es para que se sientan mal por mí, me atrevo a pensar que no soy la única con problemas de seguridad, pero sí quiero contarles lo mucho que me ayudó a viajar. Desde el primer viaje aprendí a agradecer las ventajas de mi cuerpo (en tamaño, por ejemplo), o lo resistente que es para caminar muchas horas.
Viajando empecé a tomarme fotos y compartirlas en las redes sociales me hizo sentir mucho más segura de mí misma (y además es lindo cuando alguien te hace un comentario halagador).
Viajando aprendí a aceptar diferentes tipos de belleza y poco a poco voy reconociendo y apreciando la propia (que no es la más común de todas, ni la más femenina, pero es muy la mía). Viajando empecé a entender que los estándares que nos ponen en la sociedad son demasiado difíciles de llevar e imposibles de alcanzar, los ideales están para hacernos un poco infelices todo el tiempo. Por otro lado, descubrí que los estándares no son iguales en otros lugares del mundo, lo cual hace que no sea una verdad universal (sí, parece un concepto básico, pero una cosa es saberlo, y otra entenderlo).
También aprendí a usar las fotos como un reconocimiento de mi paso por los lugares, como una forma de recordar lo que aprendí en cada lugar, la emoción que sentí, lo que viví, la gente que conocí y lo que me enseñó sobre la vida. Los ojos cansados, los bronceados (que en mí son leves y poco duraderos), lo mucho que me dura la ropa, los recuerdos que llevo conmigo.
Viajar, amigos, me permitió ver con naturalidad a las mujeres que deciden no depilarse y no pierden su esencia (que en muchos casos es la feminidad), me llevó a ver hombres que deciden depilarse y no pierden su identidad, mujeres que andan mostrando los senos en la playa sin temor a ser juzgadas o acosadas, otros muchos que lucen tipos de piel diferentes sin sufrir discriminación o incluso condiciones en el cuerpo y en la piel y se sienten seguros de ellos mismos.
Poco a poco me voy aceptando un poco más, a mí, como mujer, a las líneas de mi cara que van marcando mis expresiones más usuales, a las canas de que de vez en cuando empiezan a decorarme los treinta, sigo amando mis lentes y los siento parte de mí, reconozco ahora los lunares y pecas que cubren mi piel como una característica que me hace reconocible.
Viajando he conocido gente que me aprecia por lo que soy y me ayudan a desaprender todo aquello que me han repetido toda la vida como verdad absoluta.
Viajando estoy superando mi miedo a hacer videos, a tener una voz horrible, a verme ridícula en una cámara.  La aceptación propia de lo que soy me ha ayudado, si no a curar, sí a controlar evidentemente la dermatitis. A los viajes les debo el iniciar el proceso consciente de dejar de odiarme, empezar a amarme, de rechazar los estándares sociales de lo que debería ser, de dejar de criticar a los demás por cómo lucen o por cómo actúan. Sí, queda un camino largo, pero un inicio es ser capaz de aceptarlo, e incluso hacerlo público en este blog.
El peor miedo que me ha heredado la sociedad en la que crecí es que los demás me vean de la manera en la que yo misma me veo y viajar es mi manera de rebelarme contra todo aquello que aminora y me impide ser quien soy, aceptarme y quererme.

24 comentarios:

  1. Todo en ésta narración es conmovedor. Qué privilegio conocerte y poder contar con tus relatos.

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    1. Gracias por hacer parte del relato, por ayudarme a redefinir el concepto de belleza propio.

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    2. Se aprende cada día algo nuevo, la maravilla de la vida está en aprender y descubrir la belleza, la grandeza que se encuentra el las diferencias que hay en cada ser. Te felicito por tener el coraje el valor para abrir tu corazón y compartir este blog.

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  2. Porque eres tan linda, sabes cuánto aprecio y admiro mi Liz!

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    1. Caro, gracias por hacer parte de ese grupo de mujeres ejemplares. Un abrazo

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  3. Muy identificada con tus palabras, por cierto siempre he pensado que eres muy bonita sin necesidad de esforzarte.

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    1. Sara, eres un amor. GñeñEres una ídola, te admiro un montón.

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  4. Una de las cosas que más me gusta de ti, es lo dura y lo hecha da pa’lante que eres... de cómo no te rindes y siempre luchas por lo que quieres. Eres una gran inspiración. Eres como eres... bella a tu manera, y la belleza externa se va transformando con El Paso del tiempo que va menguando nuestros cuerpos, pero lo de a dentro... eso nos va haciendo más hermosos, más sabios. Te admiro Liz y te quiero mucho. Eres una súper amiga para mi

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    1. Gracias, Dani querido por estar siempre ahí. Un abrazo inmenso que los cubra a los cuatro.

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  5. Eres la mejor tía del mudo me encanta que nos enseñes a amarnos como somos

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  6. Muy muy chevre, y el mejor mensaje de aceptación y amor propio ��

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  7. Eres los más precioso de esta vida <3

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    1. Eres el milagro por el cual tengo esperanza en el futuro <3

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  8. Wow Liza! Qué heavy como nos pasa esto! Gracias por compartir tus sentimientos y experiencias. Un abrazo grande!!

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    1. Querida Denisse, gracias por hacer parte de las mujeres valientes que empoderan. Gracias por tu apoyo y cariño. Que nos junten de nuevo los caminos

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  9. Muy buen relato, querida Liza. Prolijamento escrito, y desde el alma, que es la que realmente comunica y contagia. Un abrazo!

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    1. Qué belleza leerte, querida Vicky. Abrazos por montones y pronto encuentro.

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  10. Buenas tardes, ¿Podría decir dónde se encuentra el mural de la octava foto en el que se ven arbustos? Muchas gracias

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