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Puerto López: Puerto pesquero de misterios

¡Ay! Cuántas cosas hermosas nos pasaron en Puerto López, puerto de pescadores, de naturaleza y sol. De niños jugando en la playa a la salida de la escuela, de paisajes paradisiacos, de mariscos y pescado, playa de arena suave y clara, del Pacífico aún tibio.

Puerto López es un pequeño pueblito, muy pequeño y al alejarse de la playa se vuelve polvoriento como Aracataca. Por la playa pasan uno que otro carro, y a medio día un hombre en una moto pitando y ofreciendo almuerzo, otros carritos repletos de chunchullo y comidas para picar. Una que otra tiendita se ofrece para que el turista blanco se cubra del sol, que a veces pasa de cálido a picante.
En este pequeño pueblito todavía se disfruta de la presencia de los ecuatorianos, y aunque hay muchos hostales, el turismo se concentra en los locales. Nosotros nos quedamos en Brisa Marina, tal vez el hotel-hostal más barato de los mejores situados (y pueden ver la vista que nos tocó). 

En el primer piso de Brisa Marina se encuentra una tienda, y lo administran dos mujeres y el hijo de una de ellas, Leonardo. 
Pero déjenme comienzo por el principio. Llegamos en la tarde, en un bus, a Xipixapa; los sombreros, la tradición, etc. Pero el terminal era tan precario que nos dio maña espina quedarnos. Los taxistas nos confesaron que no habían muchos viajeros, y que en realidad era un lugar de paso, por lo que decidimos emprender rumbo inmediato hacia Puerto López.
Dos horas después de estar subidos en el último bus repleto que iba al destino, llegamos a una ciudad pequeña y fuimos abordado por los motociclistas que estaban ansiosos de ofrecernos hostales, planes (como en todo lugar medio turístico, donde hay algunos que se hacen una propina por orientar a los turistas). 

Uno de ellos nos siguió y nos recomendó un par de lugares, hasta que le dimos las gracias y seguimos solo (a veces es conveniente por cuestión de precios).
Fue así como llegamos a Brisa Marina, un hotel con una ubicación mágica, y dos mujeres que estaban dispuestas a prestarnos su cocina si se la dejábamos igual de limpia a cómo la habíamos encontrado.
Dejo claro que recomiendo el hotel, porque es muy cómodo, pero voy a contar las cosas raras que nos pasaron allí. En los días siguientes estaríamos comprando algunas cosas en los mercados cercanos para preparar comida en casa. Un día, dispuestos a hacer (bueno, yo a comer) una paella, compramos algunos ingredientes para cocinarla. Nos retiramos un momento y al volver, con sorpresa, descubrimos que el arroz no estaba,, aún cuando estábamos seguros de haberlo dejado juntos a los demás ingredientes. Los buscamos en el cuarto y por la cocina, y terminamos por usar el arroz que vendían en la tienda.
Al siguiente día hicimos unas compras adicionales, pasamos por el puerto y encontramos la libra de langostinos (aquí les llaman camarones) a 4 dólares la libra y recién sacados del mar. Fuimos a comprar algunos vegetales y de nuevo llegamos a la casa para cocinarlos.
Se repitió la misma historia, al bajar nos dimos cuenta de que faltaban los ajos y los limones, que estábamos seguros de haber puesto con nuestras cosas. Cuando les pregunté, si tal vez no hubieran visto nuestras cosas, la anfitriona (que no era la dueña, la dueña nunca hablaba) nos dijo que no necesitaba de nuestras cosas, y que podíamos tomar del ajo y de los limones de ella.
Fue una situación muy extraña, pero yo comencé a preparar la comida, y cuando mi compañero bajó las escuchó cuchicheando y riendo, y una le decía a la otra: "entonces estaban buscando el arroz". Cuando lo vieron se pusieron serias y se callaron.
Me contó y nos reímos, nos imaginamos que pasar las horas solitarias en aquel pequeño pueblo no debía ser fácil, y cometer esas pequeñas travesuras les devolvía la vida.
Pero Puerto López no es solamente un pueblo de arroces desaparecidos. Las comidas preparadas en el puerto (en el lugar donde los pescadores venden su producido), son las mejores del pueblo y mucho más grandes que los sitios junto al mar.
El mayor atractivo del lugar resulta en las ballenas, que por los meses de julio a septiembre están jugando por estos lados. Se encuentran todo tipo de tures, y, si me permiten la recomendación, lo mejor es comprarlo a final de la tarde, pues ya quedan pocos cupos y los suelen dar a precios mucho más cómodos.
Hay dos tipos de tour que consisten casi en lo mismo, solamente que uno de ellos es a la Isla de Plata, más lejos para ver ciertas especies, que también son posibles en la pequeña y más cercana isla (y que no tiene caminata).
Por precios tomamos el tour más corto y resultó siendo una de esas experiencias increíbles.

Los botes nos llevaron hasta muy adentro del mar, hasta descubrir el "patio de juegos" de los ballenatos, que curiosos por los humanos se acercan y danzan. Una presencia, una existencia tan grande y noble no hace otra cosa que asombrarme de las maravillas que existen en este universo. ¿Se han puesto a pensar todo lo que vive debajo de esas aguas que a veces solo vemos desde la orilla? Bueno, esta es una confirmación de esos interrogantes que a veces no nos hacemos.
El capitán del barco y guía nos contó que los más saltarines son machos (hay otras maneras, obviamente de saberlo), pero a esta altura del Pacífico con ellos los que juegan. En el Pacífico colombiano es más fácil observar a las hembras con sus pequeñas crías colgadas.

En este viaje también se hace un pare para hacer careteo (usualmente los barcos no llevan equipos para todos, así que hay que andar pendiente de quién es el encargado y pedirlo rápido... aunque son pocos los que se atreven a tirarse a las aguas del pacífico... obvio yo no me lo iba a perder).
También es posible ver aves de patas azules y pelícanos hermosos... este tour, más que recomendado.
Al bajarnos de la barca nos despedimos de los amables encargados y nos dirigimos de nuevo hacia el puerto donde descargan los pescadores. A uno de ellos me acerqué con ánimo de que tal vez se compadeciera de mí y me permitiera cumplir uno de mis sueños: llevarme a pescar.


Juan, muy amable, nos contó de los gajes del oficio, de que su abuelo había muerto solo unos días antes (un hombre de 60 años que perdió el control de su barco, nos contó sin gran sentimentalismo, y fue encontrado ahogado, como muchos, y podría decirse que esa es la muerte natural de estos hombres de Puerto López). Ya estaba viejo, nos dijo. ¿Viejo? ¿De 60 años? ¿Abuelo de un hombre de 25 años que ya tiene hijos? Sí, nos contó, que no entendía cómo las costumbres de otros lados se mantenían.
Allá los matrimonios se daban con normalidad entre los 12 y los 16 años para iniciar jóvenes una familia, y es que ya a esa edad los niños saben pescar y llevar el alimento básico a la casa. Básico, y cada vez más básico o escaso, porque las grandes multinacionales, despiadadas máquinas del consumismo atrevido, mandan sus barcos monstruosos a sacar los peces en las temporadas que no son y en cantidades obscenas, acabando con los mares, pescando ilegalmente (pero bendecidos con papeles) y matando de a poco la supervivencia básica de una región como esta. Una región que tiene que apañárselas como puede para seguir viviendo, y que ahora despedaza a los pequeños tiburones (no sé si es una práctica común, a mí me pareció terrible y por eso pongo la foto a blanco y negro, los colores me parecieron demasiado dolorosos).

Me disculpo por mostrar la imagen también, pero me parece que hacernos conscientes del mundo en el que vivimos y de cómo llega el tollo a nuestro ceviche, y las aletas de tiburón a las pastillas, es indispensable, si no para remediar el mal, para hacernos un poco más conscientes de las realidades que se tejen a la vuelta de la esquina.
No me llevó, parece que las féminas seguimos siendo de mala suerte en los barcos. Seguiré intentando y preguntando. Algún pescador seguro me dirá que sí, me internaré en el mar, me marearé, lloraré al ver agonizar a los peces, desearé nunca haberme montado al barco, tiritaré de frío y volveré a tierra firma con la certeza de haber cumplido uno de mis sueños (sí, los sueños también son así, reales).

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