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Al fin al Cabo

Llegamos a la ranchería Utta cuando el sol ya se estaba poniendo. Solo quedaba una enramada que a un lado no tenía enramada (curiosamente).
Los precios de las hamacas y chinchorros eran 5000 más que en los de caracoles. Decidimos quedarnos, en principio porque quedaba más cerca del faro que el resto de lugares en el Cabo después nos cambiamos, dijimos).
Debido a que queríamos llegar al Faro para ver el sol ponerse, y el check-in podía tardar, pedimos que nos guardaran las maletas y nos permitieran hacer el papeleo después, con la buena sorpresa de que nos dieron una chocita, una tienda en desuso para guardar las maletas (golpes de suerte, digo yo, pues tuvimos un sitio con dos enchufes eléctricos, protegido de la brisa donde podíamos colgar toallas y demás) y salimos a hacer la caminata hasta el Faro, y aunque no logramos ver todo el atardecer desde arriba, contemplamos al sol hundirse en el mar y al cielo cambiar de colores.
Nos devolvimos en medio de una oscuridad casi total, interrumpida por carros y motos que de vez en cuando paraban a ofrecer sus servicios o a mirarnos preocupados ¿a qué locos se les ocurre andar caminando en plena oscuridad del desierto? Pero, ¡hace mucho no gozaba de tanto silencio!
Un poco desubicados logramos volver a la ranchería en donde probaría por primera vez la
chicha de allá .Los precios en la comida estaban alrededor de los 15000, pero lo que inició mi paseo culinario, fue una langosta al ajillo por $35000 de muy buen tamaño. La ranchería también ofrece platos característicos de la región. Los platos Wayuu tienen mucho pedido, y aunque a mí no me gusta para nada el chivo, estaba bien cocinado y el queso de la región, una combinación entre campesino y costeño, estaba muy bueno.
Tengo que confesar que la dormida en hamaca no me llamaba mucho la atención, las veces que lo había hecho amanecía con un dolor de espalda
bastante molesto, pero esta vez mi compañero me aconsejó acostarme en diagonal,con la hamaca templada, y fue una noche bastante buena (eso sí, es recomendable llevar una cobija delgada para la madrugada). Debido a la brisa es raro encontrar zancudos, y estar al lado de una playa con mar tranquilo resultó encantador. El par de veces que desperté se debió más bien a la mala suerte, o más bien digamos "circunstancias poco favorables", de las que hacen historia.  Una perra se encontraba en celo y tenía por hogar la ranchería; por ello mismo, además de la perra, teníamos visitas de un promedio de diez perros, que iban sumando más a la causa (los que lograban su cometido se iban, pero prontamente eran reemplazados). Interrumpía el sueño los gruñidos de los perros,
o los llantos de la perrita que bastante me torturaban, ¿que hace uno ahí? Ella buscaba la protección de las personas, y muchos de la ranchería la defendían (incluyéndonos) tirando piedras de advertencia a los perros (no a ellos, sino cerca, para asustarlos), pero ellos, llevados por los instintos, volvían a sus andanzas. La mayoría de ellos tenían heridas profundas que, pensé, eran hechas por los otros perros, hasta que notamos que era la perra la que más los mordía y arañaba (la perrita es la que se cubre en del sol en la foto).Quisiera contar un desenlace feliz a la historia... pero, usualmente estas historias no terminan, me imagino que la perra anda ya cargando cachorritos en la panza.
En Utta hay lavamanos, abrir la llave y que salga agua, a esas alturas, es una sorpresa. El agua de
los baños es semisalada (como la de camarones) y se encuentra en tanques con una tacita para usarla después de usarlos. El agua dulce para bañarse se encuentra en un pozo, y hay que que sacarla y cargarla un par de metros hasta la zona de "duchas" que, a propósito, es una zona hermosa para bañarse de noche, pues no tiene techo y se pueden ver las estrellas que iluminan el cielo negro sin nubes, un espectáculo imperdible.
El personal de Utta es bastante agradable, está conformado por personas de la comunidad Wayuu y otros guajiros. Cuando les pregunté la ruta para ir al Pilón de Azúcar (plan obligatorio al ir al Cabo),
nos ofrecieron llamar motos que cobran 5000 el trayecto por persona. Se sorprendieron al escuchar que queríamos ir caminando (si voy al desierto quiero conocerlo caminando). Temían que los rolos se derritieran bajo el sol pero no me arrepiento.
Salimos temprano para esquivar el sol en lo posible. Nos pronosticaron hora y cuarto, que se volvió hora y cuarenta con la toma de fotos, contemplando la hermosa inmensidad de arena, las pequeñas rancherías que están al lado del camino, los animales sigilosos que caminan debajo del sol (¿ven la lagartija azul de la foto?). Resultó ser una sorpresa encontrar algunos trozos de verde en este paraíso, después de casi cuatro años de ausencia de lluvia resulta ser un milagro encontrar pequeños oasis que se niegan a desaparecer. Los paraísos son necios.

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