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De vuelta a la realidad

Quería alargar los minutos que me quedaban, grabar en mi memoria cada rincón del Magdalena. En el puerto me puse a escribir las memorias que aún quedaban sueltas, las salvaba de ese horrible monstruo del olvido. Y mientras observaba como un hombre sacaba agua del río en baldes, escuché un susurro que parecía dirigirse a mí. "Qué linda que te ves pensando", me dijo un señor, "quisiera sacarte una foto y mandártela por guasá". No pude evitar la sonrisa, y la pena que me dio traté de darle las gracias y de parecer natural. Ese hombre cerraba la magia, ya todo se estaba desvaneciendo.
En el viaje en bus había comprado unos quesitos recomendados que me hicieron el viaje más llevadero. A la hora de subir al Ferry,esperando la misma bienvenida que hacia Mompox, me estrellé,la gente iba seria y nadie respondió mis sonrisas o saludos. Quiero pensar que no escucharon ese hilo de voz mediocre que sale de mi timidez.
En el piso de arriba ya no habían muchas sillas, así que si el sol salía me iba a quemar. Tal vez fue mi energía la que
empezaba a atraer cosas no tan bonitas; la silla que me tocó tenía la hamaca a una distancia suficiente para que me golpeara de ida y vuelta. A mi lado se sentó una mujer con una niña que se aburrió en los primeros cinco minutos y comenzó a llorar, a desesperarse, a tratar de mandarse por la borda. El Ferry entero veía con ojos de pocos amigos a la pobre mujer y yo recordé el regalo que me hicieron en Cartagena antes de partir. Una pequeña chivita. La saqué de la maleta y comencé a jugar con la niña (una princesa con esa combinación hermosa de estos lados de la costa; el pelo claro y la piel morena) y logré paz por algo más de quince minutos. Luego los llantos volvieron y la gente mostraba la hostilidad en la cara, en los ojos. Incluso una niña que estaba en la fila del frente se aventuró a reprocharle el llanto a la incómoda criatura.
La chiquita tenía hambre,sed... esta vez no abrieron la tienda, me quería quejar con Florentino por semejante descuido (así me animaba, pero ya sentía que Macondo se me iba de las manos). De pronto unos militares que estaban en el piso de
abajo subieron y entonces todo fue silencio. Seguro eran soldados enviados a buscar a Aureliano, me dije, como para espantar la nostalgia de los días anteriores, pero nada sirvió para apartar la pena de haber dejado Mompox.

Cuando llegamos a la orilla fui la última en subirme al bus y noté que no habían puestos libres. Mi silla tendría que compartirla con dos niños que solo habían pagado un pasaje. ¿Que si me molesté? ¡Un montón! Yo tenía derecho a la comodidad completa, pagué mi pasaje, dijo mi rabia. No me pudo haber pasado mejor cosa para volver, estaría más de cuatro horas tratando de caber en un pequeño puesto con dos niños ya grandes. Hicimos tratos con la niña, a veces yo iba sentada en el piso del bus, a veces ella. De vez en cuando intentaba que su hermano la cargara, pero no  era una opción viable, el muchacho ya en el borde de la adolescencia tenía un pantalón de dos tallas menos.
Emocionada, la niña, me contó que salia por primera vez de su caserío y que se encontrarían con su padre en Cartagena. ¿Ya llegamos?, preguntaba cada media hora.
Aunque la experiencia me cogió desprevenida, venía yo de un lugar mágico, me ayudó a entender un poco más la realidad. Yo,acostumbrada a llamar las cosas como mías, privilegiada en muchos aspectos, tuve varias horas para preguntarme si de verdad el puesto era mío. Y sí, era mi dinero el que pagó el pasaje, y el dinero lo conseguí trabajando como "mano de obra calificada", pero fueron mis padres quienes me soportaron mientras estudié para ganar los conocimientos que me permitieron tener un trabajo y pagarme un asiento para mí sola. La niña no tenía estos privilegios, y sus padres probablemente tampoco. La ropa de la niña tampoco era de su
talla. Recordé ese dicho muy común entre muchas personas de "los pobres son pobres porque quieren, por perezosos, a mí nadie me regaló nada...", y entonces descubrí que a mí sí me regalaron mucho, que Dios o el universo, me asignó un lugar en el mundo, no millonario, pero sí lleno de comodidades que no tienen la mayoría de personas. Nunca me he levantado pensando en qué comeré el día siguiente y jamás he pasado una comida por falta de recursos. La silla no era mía, por casualidad yo tenía la habilidad de pagarla y la pequeña no. Compré unas galletas y las compartí con toda la familia. La niña me regaló su sonrisa de lado a lado, algo que yo jamás podría comprar.
Después de un trancón monumental llegué al terminal. Mis amigos me esperarían en Bayunca. Tenía que buscar un bus que me llevara, y entonces terminé de caer en la realidad. Ya no más ternura y amabilidad, de nuevo estaba en la selva de cemento. Varios de los agentes de buses intentaron cobrarme 5 veces el pasaje por "ayudarme" a encontrar un bus que me llevara a Bayunca. "Es la forma segura", me dijeron, yo tomé la otra y salí a buscar por mis propios medios el transporte. Y es que no es tanto el dinero como que a veces acostumbran a estafar a la gente y no quería ser una de las víctimas de su mala
voluntad.
Me subí a un bus destartalado donde, de lejos, era lo más blanco (no lo digo con orgullo). Tuve de inmediato toda la atención del público y varios comentarios a los que decidí contestar con una sonrisa porque no entendí lo que decían. En unos minutos estaría viendo hermosas playas de la mano de mis amigos, una buena forma de reponerme de haber abandonado Mompox. (A ver si no me matan por publicar la foto)

1 comentario:

  1. No´ombe! Gracias por hacernos parte de la historia narrada, en tiempos en donde se suprime en el papel lo que uno se le da la gana, se agradece que lo nombren a uno. Ya te dije en privado lo bonito que narraste la aventura,siempre lamentaré no haber podido ir contigo, pero ajá...

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