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Pa'l norte

Empiezo a escribir y debo admitir que me afano un poco. Han pasado tantos viajes por mis zapatos sobre los que no he escrito... no me quiero excusar con los trabajos para ganar el diario, o los bloqueos literarios, y por eso retomo hoy, porque siempre el primer paso es el más difícil.
Antes de terminar el año me puse la meta de conocer (o reconocer) la Guajira. Primer puse la fecha de mi cumpleaños, pero se me cambiaron los planes por un tema laboral (de ese que cae del cielo y cómo ayuda). Afortunadamente las doce campanadas que anuncian el primero de enero del 2016 no llegaron antes de mi viaje.
Otra cosa bonita que debo destacar de este año, es que conseguí compañeros de viaje, y, debo confesar, de paso descubrí maneras muy diferentes de viajar. 
Este 2015 también trajo para mí una sorpresa que no esperaba, por cuestiones de azar y suerte, una pequeña gatita llegó a acompañarnos a mi mamá y a mí. El único inconveniente a la hora de viajar era, ¿Qué hacer con Haruki? No sé qué tanto fue consecuencia de mi entrenamiento, pero busqué relacionar a mi gata con otros ambientes (la llevo al veterinario en bus, la saco a que conozca los lugares cercanos a la casa y la dejo libre), ella es
muy tranquila y se deja transportar en una mochila sin mayor problema, pero, ¿qué serían para ella ocho horas de viaje hasta Santander?
La pequeña Haruki resultó responder muy bien y, aunque se aburrió pronto del guacal, estuvo las horas en bus muy juiciosa y dormilona. Tengo una gata viajera, descubrí, y al mismo tiempo entendí cuánto mi actitud la afecta a ella, cómo responde a mis sentimientos. Es increíble lo que podemos transmitirle a un animal (y viceversa).
Haruki se quedó en Piedecuesta adaptándose a su nuevo y temporal hogar (del que hoy parece dueña y señora) y nosotros emprendimos un viaje de Bucaramanga a Santa Marta (una muy buena solución para viajar por tierra en bus, pues los pasajes a Riohacha a veces son difíciles de conseguir o tienen pocas salidas).
Un desayuno pequeño (la terminal de buses de Santa Marta no es muy buena en desayunos pero es clave preguntar precios antes de pedir, en especial si uno no tiene piel para parecer lugareño), y seguiríamos el viaje la meta, El Cabo. Pero la noche anterior, una charla con unos amigos me había dejado un nombre en la cabeza. Hablaban de Camarones, de las playas de Camarones. En el mapa lo situé y vi que quedaba de camino, que un parque nacional estaba en sus límites. Mi compañero de viaje accedió más que emocionado a cambiar los panes por una corazonada. 
Después de un mototaxi de dos mil pesos, empieza una de las partes que más dudas abren y me permiten si me demoro un poco buscando dar información útil a quienes quieran viajar. Casi todo es negociable en estos sitios, la mayoría de personas dan un precio más alto, así que pedir rebaja es una opción válida. En camarones hay un par de enramadas a escoger (después vimos unas cabañas alejadas de la zona, pero los precios eran muy altos).
Pudimos al fin acampar por seis mil cada uno y se pagan mil pesos por cada balde de agua "dulce" que se necesite (ya les contaré por qué las comillas). Las hamacas las ofrecían desde diez mil, pero no es una buen a opción a menos de que ofrezcan toldillo. Aunque la gente del lugar dice que hay poco zancudo, adivinen cómo se ponen los bichitos cuando ven sangre cachaca (ni idea qué tenemos para que nos la monten tanto), y a eso de las cinco de la tarde llega una bandada de mosquitos que se dio un banquete con nosotros a pesar del repelente. También hay opciones de habitación de las que no puedo dar fe.
Los restaurantes del lugar tienen más o menos los mismos precios y presentaciones, un promedio de 15000 por comida.
Desde que los mototaxis nos dejaron, se nos acercaron vendedores a hacer las propuestas, es mejor no quedarse con la primera. También nos empezaron a seguir dos pequeños de la comunidad Wayuu, ofrecían manillas muy bien hechas a mil pesos y otras más complejas a dos mil (el sitio donde más baratas se encuentran en la Guajira que recorrí).
Yo andaba perdida en la belleza de los niños de pómulos marcados, de piel chocolate, y del lenguaje que usaban entre ellos entrecortado con risas (obviamente les debemos parecer chistosos con maletotas, rojos, sudorosos y ellos muy frescos, sencillos, sin más equipaje que una mochila). De cualquier forma ayudaron a montar
la carpa y preguntaban para qué servía todo. Les dije cuán orgullosa me hacía sentir que continuaran con sus tradiciones, que conservaran su idioma, y que hablaran dos idiomas siendo tan pequeños (aunque sea por la necesidad y la falta de oportunidades debido a un gobierno indiferente).
Al final (y me arrepiento), no tuvimos sencillo para comprarles las manillas y no volvieron, pero nos pidieron unos jugos que llevábamos. En estos sitios no hay mucha variedad de productos. Después de ellos vinieron otros pequeños pidiendo dinero para un "boli" (refresco, vikingo), y por fin otro pequeño que estaba muy pendiente de lo que hacíamos. A éste último que no pedía dinero sino que le enseñáramos para qué servía todo, resultó aprendiendo a usar la máscara de snorkeling, y enseñándonos sus "juguetes", que iban desde semillas de árboles hasta botellas. Cada vez que nos metimos al mar, abandonó su ropa y se quedó en calzoncillos para ir con nosotros. Y, bueno, en los niños no he perdido la esperanza. 

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