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Esto es un viaje, no un paseo: Punta Gallinas

Pasamos al Mirador de Casares, una combinación de colores impresionante. Y aunque el mar parece muy cercano, no lo está. El plan en este Mirador es simplemente acomodarse, olvidarse del sol y observar la belleza del mar. Creo que es un plan generalizado, porque con todos los que íbamos, después de tomar un par de fotos, todos nos sentamos a contemplar. El señor del camión muy serio nos gritó, y volvimos al sol y a las piedras del carro.
Voy a contarles que yo estaba en jean todo el tiempo porque (accidentalmente) dejé mi pantaloneta y mi pantalón suavecito en la maleta de Santa Marta (Un consejo: lleven ropa fresca, yo lo sufrí).
Después, y por último, el tour nos llevó por las Dunas del Taroe. Este lugar de verdad que lo hace sentir a uno pequeño. Inmensidad de arena, de cielo, y después de escalar las Dunas, la inmensidad del mar. Y con ese calor, no había nada más que hacer sino meterse feliz al agua tibiecita, perfecta.
Hora y media después, estábamos otra vez de vuelta al camión, y es necesario cargarse de paciencia pues es alrededor de una hora hasta volver a la  ranchería, donde nos recibieron con el pedido que habíamos hecho en la mañana: pescado, arroz con coco, patacón y ensalada.
En el almuerzo nos ofrecieron un recorrido adicional para ver los flamencos por $25000, además de un paseo en lancha hasta la playa "Punta Aguja". Nosotros pasamos y decidimos emprender la caminada a la playa. Los demás hicieron el tour.
El camino es de aproximadamente media hora (parando a tomar foticos), como siempre en el desierto, está repleto de arena, pero también de sorpresas. Animales, pequeñas plantas, y algunos animales, como el burrito, o cabritas comiendo. Pequeñas sorpresas.
Llegamos a una playa  hermosa un poco fría, y de agua oscura (debido a que la arena en esta playa es más oscurita y con playa). Nos metimos casi de inmediato (después de preguntarle a un señor que parecía del sitio si era posible meterse al agua), mientras contemplábamos el atardecer. Ver a los pescadores internarse en el agua también nos dio bastante confianza.
Cuando llegamos éramos los únicos en la playa, los demás parecían solo estar observando, no se animaban a entrar pero después de nosotros, ellos también entraron al agua.
Cuando vi a los pescadores salir del agua, salí yo también corriendo para observar lo que habían sacado. Observé por primera vez una sardina (son transparentes para quienes no las han visto), y una variedad grande de peces. Los pescadores devolvían al mar los que no se iban a comer, contando con los que son demasiado pequeños, o aquellos que no son muy apetecidos. A algunos les cortaban unas espinas para que no fueran destructivos. Mi sorpresa fue grande al ver un par de agua malas posando entre la red.
¿En este agua hay mucho de eso? Ellos dijeron que sí, que muchas y me mostraron una gigante que habían sacado. Me dije "qué salvada", después de tanto tiempo metidos no nos pasó nada, pero entonces observé a los que se habían metido "siguiendo nuestro ejemplo" y ya estaban fuera del agua. A uno de ellos lo pico una de éstas, y si guía (el hombre que nos había animado a meternos) afirmó que no sabía ni siquiera qué animal era ese. Lo que hizo para "curar" a su extranjero, fue ponerle una crema. No sabía lo de la orina, y ya hubiera sido muy tarde. tuvo que aguantar mucho ardor, me imagino.

Obviamente no volví al agua, pero me quede esperando a secarme un poco, mientras el sol caía suavecito.
Nuestros amigos llegaron en la lancha poco tiempo después, y nosotros, que estábamos pensando pedirles que nos llevaran para no tener que caminar, resultamos siendo los guías de ellos: querían caminar de vuelta a la ranchería.
Nos animamos, nos amarramos los zapatos y terminamos el camino con la oscuridad de la noche temprana.

 Esa noche, cansados, dormimos tranquilos en las hamacas y nos despertamos muy temprano a desayunar y a despedirnos del lugar. A las 8 nos recogieron de nuevo, pero esta vez nos demoramos casi hasta la 1 a llegar de nuevo a San Martín. Ya les cuento por qué.
Primero, nos recogió un carro más grande, una camioneta con 8 puestos.
En la parte de atrás había gasolina (imaginen el olor), y ahí mismo se hizo la bogotana. Su novio se fue adelante y mi compañero conmigo. Adicionalmente teníamos a otro muchacho que también necesitaba volver.
Después nos quedamos sin aire acondicionado por una falla eléctrica (y yo muy de buenas quedé junto a la única ventana que abría), la niña se mareó, se pasó para el puesto de adelante Luego tuvimos que parar para que vomitara.
en un rato más el carro se apagó de manera definitiva y quedamos varados exactamente en medio del desierto, en donde sólo se veía arena dura cuarteada para todo lado.
El muchacho que llevábamos de más se cargó al hombro la batería y empezó a caminar hasta que encontrar un método de transporte, desapareció en medio del paisaje árido (luego apareció en moto pidiendo plata para pagar la moto). Mientras tanto los dos caballeros durmieron dentro del calor del carro. Yo alternaba entre el sol inclemente de afuera y el bochorno dentro del carro.
Hablábamos para distraernos, para pasar el tiempo, nos reíamos, y quedó chequeado de mi lista quedar varada en medio de la nada (la situación también nos ayudó a definir que el viaje por Latinoamérica no sería en carro).
Y, como muchas veces me ha pasado en la vida, aprendí también a apreciar el camino y no solo la meta. Los paseos frustran cuando salen mal, pero los viajes son tiempos para aprender, para sorprenderse, para vivir, para conocer, para ser.

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