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¿Por qué viajo? Empieza la aventura

Hace un par de años viajé con mi mamá a Europa. Estando en Barcelona me desperté, la habitación estaba completamente oscura y no podía ver nada. Tuve que recordarlo todo: la partida de Colombia, la llegada a Madrid, la perdida en el tren de Barcelona. No era un sueño, estaba en la ciudad hermosa de Barcelona.
Salí a la ventana y vi las calles, la arquitectura, sentí el aire de una ciudad que estaba abierta para que la conociera. Emoción. Vida, caminar un nuevo camino era mi vida. Ahí descubrí qué es sentirse vivo (fui consciente de ello).
Lo confieso, viajar no es el más cómodo de los
caminos. Te saca de absolutamente todas las zonas de confort, desde la cama en la que estás acostumbrado a dormir, hasta el idioma, las personas. Pero... me hace sentir viva ¿no es la responsabilidad de cada uno encontrar ese algo que nos hace sentir vivos? Ese algo que le da sentido a la vida.
No digo que todo el mundo tenga la misma perspectiva, muchos tienen la misma sensación en el mismo lugar, y es que en eso está la maravilla humana, en ser diferentes. Por eso viajo, para conocer esas diferencias, y tener la oportunidad de integrarlas a mi vida.
Hoy inicio un maravilloso viaje sin fecha de vuelta, y, lo confieso, escribo el post llena de temor (ese tipo de miedo que emociona y preocupa al tiempo). Dejo las cosas que más amo: mi mamá, mis sobrinitas, mi hermana, mi papá, mis amigos, mi gata, mis libros... y por ahí hay una lista infinita, pero este es el camino que quiero recorrer, y ya tengo amarrados los zapatos.
Mi familia me dio todas las alas para volar, y aunque sé que se preocupa y se pone triste cuando me alejo, también me apoya en los proyectos más locos. Han sido espectadores y actores en cada uno de los momentos más importantes de mi vida y lo siguen siendo (disculpen si hoy alterno las foticos del post con las de mi melancolía)
Y aunque sé que el camino comenzó hace mucho (cuando mi mamá me dijo que tenía que ahorrar en todo, menos en viajes y comida), quiero compartirles cómo comenzó este viaje en particular.
El recorrido por América del Sur, para nosotros, debía comenzar en la Guajira, en el punto más norte.
Punta Gallinas. En diciembre del año pasado hicimos el viaje pero no llegamos hasta la punta porque en Cabo de la Vela no hay cajeros (ténganlo en cuenta), y no llevamos el suficiente efectivo, pero quedamos picados de ir. Así que cuando el viaje a Ciudad Perdida se programó, no podíamos hacer otra cosa que usar los 3 días sobrantes de la semana en llegar al punto más norte, pero... ¿lo lograríamos en tan poco tiempo?
El mismo día que aterrizamos en Santa Marta, los amables agentes de Magic Tour nos recogieron en el aeropuerto y nos llevaron a Mamatoco para tomar un bus a Riohacha (15000 negociado). Nos dieron los teléfonos de algunas personas que podrían ayudarnos con el tour a Punta Gallinas, pero casi todos ellos pedían que estuviéramos en el Cabo.
Llegamos a las 3 de la tarde a Riohacha y almorzamos en cualquier pollería (con esos mini bollitos de maíz que a mí me encantan).
Caminamos hasta llegar a uno de los más bonitos
hostales que haya visto: "Bona Vida", con una pareja hermosa a la cabeza. Fueron ellos quienes nos ayudaron a encontrar el contacto que nos llevara hasta San Martín (camino al Cabo) y luego comenzar la increíble marcha hacia el punto más norte de Colombia.
Un promedio de 4 horas se tarda el camino, aunque esto depende del estado de las vías (como sabrán es un desierto y cuando llueve puede llegar a ser desastroso).
Tuvimos la suerte de que el sol había secado los caminos y nos fuimos en una camioneta, acompañados por otra pareja.
Nuestro chofer, un experimentado muchacho de 23 años, manejaba de admirable manera y nos conducía por esos caminos desérticos donde parece que no hay ningún camino establecido (yo creo que es imposible ir en carro propio sin perderse).
De vez en cuando recibíamos retenes por parte de los niños Wayuu, quienes, como ya había leído, piden como "peaje" dulces. Esta vez fue un poco más triste el panorama, porque,
aunque todos ellos recibían con emoción los caramelos, muchos de ellos también pedían agua (sí, esa misma que a la mayoría de nosotros nos sale como por arte de magia al abrir el grifo).
Infortunadamente llevábamos poca agua, pero dimos cuanto pudimos. El camino es un espectáculo de colores, la tierra cortada en el piso por la resequedad (y yo pensaba que era durísima, pero resulta blandita y los carros se hunden fácil en ella), el mar azul y en la mitad la sal seca, el cielo celeste.
Y sí, el camino es caluroso, y si uno va en un carro sin aire acondicionado, peor, pero creo que el paisaje distrae.
Hay un punto al que llega la camioneta y no continúa, porque se alargaría una hora o más. El camino sigue en bote por un par de minutos más, hasta llegar a tierra firme, y a un par de minutos caminando, se llega a la Ranchería Alexandra (es la segunda más conocida de la región, y del lugar donde uno llegue depende de con quién haya contratado el viaje). El tour que se paga no incluye ni la comida ni la estadía en la Ranchería, pero no resulta muy costosa, las hamacas se encuentran desde $15000 y los chinchorros $20000.
En la ranchería la atención parecía indiferente (puede parecer al principio porque todos andan muy ocupados), pero después, hablar con todos resulta hermoso.
Quien atendía tenía un chiquito de tres años que jugaba de lado a lado, Dadiyan,  a quien de inmediato le ofrecí también una colombina (y si se preguntan que si
el nombre significa algo en Wayuu, tal como yo hice, el nombre viene de Daddy Yankee.
El desayuno de la ranchería no es muy variado (y se comprende por el sitio en el que estamos), huevo y arepa, y hay algunas cosas que se pueden comprar, pero si se quiere variedad, es mejor llevarlos.
Después del desayuno nos llevaron a hacer el tour por los 3 sitios más representativos de Punta Gallinas. Nos llevaron en un mini camión viejito en la parte de atrás, con 4 colombianos que viven en Estados Unidos, la pareja de Colombiana-Francés, 3 francesas. El conductor del carro resultó ser un señor bravo que nos daba órdenes, y aunque parecía malgeniado, todos andábamos encantados con él.
La primera parada fue en el Faro, un lugar completamente plano, con el hermoso mar junto a él. Algunas formaciones de piedra apiladas, en su mayoría por los turistas, algunos dicen que a modo de meditación, otros para que un deseo sea concedido.
De nuevo nos subimos al camioncito, observando de camino lagartijas de color verde y azul intenso, con el deseo de ver (obviamente de lejos) una serpiente de la región, viendo los arbustos que se van quedando por el camino (que no son amigables como se ven, porque están compuestos de pequeñas púas.

El tour también incluía una parada (de diez minutos) en el mirador, y otra en las Dunas (donde si tuvimos más de una hora para bañarnos en un mar espectacular)... pero no nos adelantemos, la próxima semana pongo las fotos del lugar y un rapidito para dejar en detalle cómo se viaja a Punta Gallinas.
Mientras tanto, déjenme decirles que es en estos lugares donde el tiempo se congela, donde considero que empezó este viaje por sudamérica, el punto más norte de mi país, una zona a veces ignorada, pero que todo colombiano debería visitar al menos una vez en su vida. ¡Es el desierto junto al mar!

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