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Ciudad Perdida: Retroceder nunca... rendirse jamás

Tal vez esta haya sido la aventura que más probó mi voluntad, mi fuerza física pero sobre todo mental. A ver si no salgo como una floja después de contarlo todo.
Después de tres días de viaje rápido para llegar a Punta Gallinas, llegamos a descansar en Santa Marta. Al día siguiente, un carro de Magic Tour nos recogería a las 8 de la mañana (El tour cuesta 700 mil en todas las agencias autorizadas que lo hacen y puede variar de 4 a 6 días de recorrido).
Y me levanté con ánimo, me puse las botas ya opacas por la arena de la Guajira, y las amarré bien. Voy a notar que una piedrita en la playa de Riohacha me lastimó el pie, pero no le puse mucha atención a la herida, hasta aquí no era mñas que un rasponcito.
El desayuno fue arepa con huevo perico y jugo de naranja en el carrito de la Y en el Rodadero sur cerca a Gaira (tienen que ir cuando puedan). Y el carro nos recogió mientras hablábamos de esto y aquello con un local.
Muy amable Carlos nos recogió y nos recordó por qué escogimos la agencia: fueron los más amables en el trato, inclusive nos recogieron en el aeropuerto el día que llegamos y nos guardaron la mochila para solo llevar lo necesario. Fue una excelente elección.
Cuando llegamos a la agencia empezaron mis temores. Todavía no me siento vieja, pero ver pelados tan chiquitos me puso nerviosa, se veían deportistas, enérgicos, pero yo estaba decidida a lograrlo.
Nos llevaron en una van en donde éramos los únicos colombianos, y fue muy parecido el resto del camino. Un Guajiro, un guía que estaba a cargo de 4 o 5 personas, hacía chistes todo el tiempo a dos mujeres de Bélgica y una española. Fue más de una hora de su perorata (que en ese momento ya me molestaba, pero de bajada de la montaña me sería algo preciado).
Nos detuvimos en una tienda para comprar lo que hiciera falta, en nuestro caso papel higiénico y agua.
Por una hora más de camino de tierra empezamos a meternos entre la hierba (yo venía del desierto, así que el cambio fue brusco). El calor de la camioneta sin aire acondicionado ya nos estaba mostrando lo que sería el viaje. Paramos en el pueblo de Machete Pelado, que se llama así porque era la manera en la que se resolvían los problemas (antes, dicen). Ahí almorzamos de una manera muy sencilla pero precisa para el viaje. Nuestro guía se presentó: José era su nombre pero le podíamos decir Marrón (apodo que se ganó cuando unos extranjeros le dijeron que no era negro ni blanco, entonces, qué era) y estaría acompañado por un traductor: Hernando, un joven de 22 años.
Pretendíamos hacer el camino en 5 días, pero por un error en la oficina nos enviaron con los demás, en 4 días, y el guía nos dijo que si queríamos podíamos quedarnos en el primer campamento pero cuando estuviéramos de vuelta.
Ahí me asusté, vi a todos los muchachos y dije, ¿voy a ser capaz con el ritmo? (Me siento hablando como viejita, tengo 30 pero esta vez se iba a notar). Éramos en el grupo de Marrón 11, y mis compañeros tenían edades entre los 18 y los 25 (aclaro que el de 25 se veía viejo al lado de los demás y era bastante fornidito), una española estaba más inclinada a nuestra edad. 4 holandeses, 2 belgas, 1 Irlandés, 1 neozelandesa, 1 española y los 2 colombianos.

El camino comenzó plano, verde, animado. Empezamos a hablar con Marian (la española), a compartir experiencias, a saber por qué estábamos ahí, del aire húmedo, de los pulmones. Todo iba bien hasta que las subidas empezaron. Fue entonces cuando la cabeza empezó a jugarme malas pasadas, dejé de hablar y cuando uno deja de distraerse queda con uno mismo. Nadie más.
"¿Y si no puedo?, esta subida está demasiado inclinada, van a ser 4 días de esta caminata, 8 horas tal vez a partir de mañana, ¿quién se queda conmigo si no soy capaz? ¿Tendré que
devolverme? Los guías dijeron que estas subidas eran fáciles para las que se vienen".
Llevábamos tal vez 2 horas o menos de recorrido y entonces dije, no puedo. No voy a poder, y me llegó un ataque de ansiedad. Nos pasaron todos y me quedé al final. Mi compañero se quedó conmigo. Se ofreció a llevarme la maleta, y la tomó. Yo sabía que ese no era el problema. Podía respirar bien, no me dolía ninguna parte del cuerpo. Empecé a caminar a paso más lento, y subimos un kilómetro más hasta donde los demás estaban descansando y tomando jugo de naranja. Me quedé mirando un burrito que quién sabe
cuántas subidas y bajadas ya había hecho a la Sierra. Me tranquilicé, mi problema no era mi cuerpo, era mi mente.
Necesitaba encontrar un ritmo, me dijo el guía, el mío propio, así me demorara un poco más. De nuevo retomé con mi maleta, entendiendo que mi cabeza no necesitaba pensar en los 4 días, sino en el siguiente paso. Mi compañero me dijo "lo único que tienes que hacer es caminar". Y era cierto. Estaba pensando mucho más allá de lo que necesitaba.
La siguiente parada fue mucho más placentera, el guía se paró y nos contó de los líos de cultivos ilícitos que habían colmado la Sierra y de cómo el gobierno en su infinita sabiduría (sarcasmo) había decidido utilizar glifosato vía aérea, dejando los terrenos para siempre infértiles (lo que se siembre sigue creciendo con la majestuosidad de una tierra bendecida, pero sus plantas no dan frutos).
Marrón también tranquilizó a los caminantes extranjeros con la protección del ejército que fijaba sus bases en varios lugares para asegurar los pasos de los turistas.
La reputación del ejército está bastante clara para la gente de la zona, en el carro, el otro guía, Bruno, les decía a las mujeres que el militar, el soldado protege, y el policía roba. Les enseñó a mostrarles el pulgar arriba en muestra de agradecimiento por su labor.
Seguimos caminando, ya a un paso más lento, a veces con Marian y uno de los guías (que se iban turnando por paradas para tomar la delantera), otras veces un poco más adelante de ellos. Hasta que, casi 4 horas después, llegamos al primer campamento, el de Adán (Nos advirtieron que no había Evas).
El campamento tenía cerca de ahí una piscina natural, y cuando llegamos, 15 minutos después de que los demás hubieran  llegado, escuchamos los gritos de juego de los muchachos que se estaban lanzando desde una piedra. Nos cambiamos y los seguimos. ¡Nunca me había parecido tan relajante el agua fría!
El campamento tenía electricidad, por lo que pude recargar el celular (que no tenía señal pero servía para foticos), e incluso acompañar a los guías un rato a ver el partido. Inclusive un niño de una comunidad Kogui se quedó un rato viendo Alf.
Nos ofrecieron camarotes y hamacas. Nosotros hicimos la elección de hamacas pues no me imaginaba soportar el calor del ambiente y el de los vecinos. Además de que... después de 4 horas de caminata no esperaba que oliera bien la ropa de mis compañeros (todas estas "pendejadas" se me fueron quitando con el correr de los días, el cansancio y el dolor jejeje).
Comimos pescado fresco, y escuchamos un rato las historias de Marrón. Él es el encargado por parte de la agencia de hacer todos los arreglos del viaje. Él contrata la gente que cocina, que limpia, que lleva los alimentos, etc. La mayoría, son como él, desmovilizados de los Paramilitares, que decidieron que lo suyo no es la guerra sino eso, la naturaleza, la vida. Tomé o traté de tomar un par de fotos (la lluvia no me dejaba salir). Luego me acosté en la hamaca a leer, pero poco me duró la lectura, estaba muy cansada. Tal vez me dormí a las 9 y seguí derecho hasta las 5 de la mañana, cuando ya teníamos que alistarnos y desayunar para partir al segundo día de caminata.

2 comentarios:

  1. OMG! Cuando fui el año pasado dije, no sé como hace una persona que no hace ejercicio para venir acá. Mejor dicho... Tuve q parar a comentar pq siento q te entiendo totalmente y pa q sepas q aca sigo leyendote ��

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    1. Gracias Natis. Fue fácil pa ti? Yo no me lo imaginé tan duro

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