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La muerte en Mompox

Hace dos entradas recibí el hermoso comentario de un lector del blog aclarando la diferencia entre el
mito que corre en Mompox sobre la iglesia de Santa Barbara y la verdadera historia. Le contesté, muy feliz de tener estos encuentros con lectores, y desde entonces he estado pensando al respecto. Más que hacer una recopilación de la historia (para lo que siempre fui muy mala),el blog intenta recoger las leyendas, la cultura popular, esas cosas que se conocen en la voces del pueblo cuando se camina entre él. De tener lectores que puedan enfrentar las leyendas con la realidad, sería este un blog muy nutrido, y espero que en algún momento suceda.
Esta, gratamente es la entrada número veinte del blog, y sigue en Mompox, esta vez empezando con un compañero de escritura (el grillito que no me pude quitar en casi dos horas de la camiseta), y desde el impresionante cementerio del pueblo. 
Ese inicio hermoso blanco e imponente abre la puerta que conecta la vida con la eternidad, las dos llamas que se extinguen o tal vez que iluminan a los que están debajo de la tierra en la memoria de los vivos o en una vida nueva. Caminar el pasillo parece casi todo un rito, quién sabe si se puede encontrar uno un costal repleto de huesos insepultos por el sendero.
Lo primero que impresiona, además del blanco que celebra las vidas que se fueron, es la cantidad de gatos que parecen haberse tomado el cementerio. 
Manuel, mi guía, me cuenta que hace unos años un hombre mandó a su hijo a Bogotá (y cuando me lo cuenta es como si me trasmitiera el castigo que debió significar para el muchacho ser enviado a estudiar a la capital). El jóven, un amante de los gatos, murió en camino por una falla
cardiaca. Entonces, por remordimiento o más bien, en homenaje a su hijo, el padre pone platos de comida para gato encima de la tumba de su hijo.
Le digo molestando a Manuel que el padre está haciendo muy mal trabajo porque los gatos parecen bastante mal alimentados, y entonces me entero de que el hombre ya es un anciano y ha estado enfermo. Yo espero que esté mejor y que los gatos sigan para siempre recordando al muchacho que no quiso jamás abandonar Mompox.
Cuando logro distraerme de los gatos que acuden a saludar, noto los bustos, los homenajes a los personajes de Mompox. Y ahí está Andrés, un bogotano (rolo, me dice con un dejo de disgusto) que fue reprendido por Bolivar por la manera salvaje en la que torturaba y asesinaba a los españoles, desmembrándolos y tirándolos al río. (Le advierto a Manuel que los rolos somos cheveres, él se ríe, creo que no me creyó.) El pueblo se quejó con Bolivar, no solo por la crueldad sino porque sus muertos contaminaban el río del que se alimentaba el pueblo. Andrés accedió y de ahí en adelante amarró a sus víctimas y les tapó la cara, así los mandó al río para que no contaminaran con la sangre. Dice la tradición oral que de niño tuvo que ver como los españoles le quitaban a su papá los testículos y se los colgaban en las orejas. Una tradición de violencia, ¿suena conocido? Andrés ahora mira al horizonte, serio y rudo, después de morir de alguna enfermedad larga como agonía (esa frase es de Gabo, advierto).
Por otro lado se encuentra, junto a la musa de a música (entiendo que no sea la de la literatura porque más que escribir parece cantar), Calendario Obeso, un poeta afro descendiente, hijo natural de un abogado y una lavandera. Gracias a su padre logró estudiar en Mompox y luego en Bogotá. En una época donde el origen y la raza definen el destino, los poemas de este momposino lo destacan por sobre muchos de "buena" familia y piel blanca, pero que no sea yo la que lo defienda, que sea él solo:
"Qué trite que etá la noche,
La noche qué trite etá;
No hay en er cielo una etrella
Remá, remá."


Ahora este cementerio alberga a todos los momposinos, pero no siempre fue así. Antes los que tenían recursos eran enterrados en el cementerio y los demás iban a una fosa común. Fue por esa época donde el peor amarillo nació en Mompox, un brote de cólera que inundó el pueblo cobrando muchas víctimas mortales. No fue hasta la visita de José Celestino Mutis que se descubrió la causa; las lluvias arrastraban al río la descomposición de los muertos de la fosa común. Fue Mutis quien ordenó que todos los entierros se realizaran en el cementerio y de esa manera el brote de cólera fue disminuyendo, aunque me imagino que Florentino siguió en el Ferry pegado de la excusa amarilla.


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