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Bienvenidos a la Huacachina: Un oasis de verdad

Para mí un oasis es uno de esos lugares que parecen mágicos, de esos lugares de película. Perú tiene un lugar así.

¿Cómo se llega? 
Nosotros llegamos a Ica en la noche, una ciudad a la que, tristemente no le vi la gracia. Nos quedamos en un hotelito feíto y medio caro, cerca del terminal de transporte. Lo que sí es cierto es que nos hicieron el favor de guardarnos el equipaje los siguientes días, pues llevamos solo lo indispensable para la Huacachina. No sabíamos qué nos íbamos a encontrar.
La Huacachina, el oasis, queda a menos de media hora de Ica y es un lugar encantador y acogedor. Tiene un laguito en la mitad donde muchos de los lugareños se bañan (yo no lo recomendaría, pero siempre está la opción). Debido a que llegamos en fin de semana, por poco y no encontramos hostal, porque los que viven cerca se van a pasar ahí las festividades y los días de descanso (o sea, procuren ir entre semana, los precios son otra cosa).
También hay que tener en cuenta que estos lugares están girando alrededor de los turistas, así que la mayoría de restaurantes tiene precios bastante elevados, con excepción de 3 o 4 lugares donde comen los locales.
Tomamos uno de los tours (todos se pueden negociar, sobre todo cuando quedan últimos puestos). En ellos lo llevan a uno a conocer las dunas y luego dan la oportunidad de hacen un poco de Sand Board (y por si no saben que es, es agarrar un tabla y desmadrarse duna abajo :D), no sin antes llevarlo a uno de paseo en los buggies por las dunas a velocidades que hacen temblar a cualquiera, y con la sensación constante de que uno se va a matar (espero no estarlos asustando, de verdad vale la pena la experiencia y es más bien segura la cosa, vas con cinturón de seguridad).
¿Que qué pasó con toda esa arena? Se metió en todos los lugares donde es posible que se metiera, pero ¡qué experiencia tan maravillosa! Los guías se encargan de dar una clase apresurada para mantener el equilibrio de pie, acostado o sentado, de cualquier manera es de lo más divertido que viví, me devolvió a los días en los que uno se tiraba haciendo rollitos por las montañas.
Con todo, debo confesar que el tour por la dunas no es lo mejor que me sucedió en este lugar. Caminar por las dunas al atardecer es un espectáculo que se tiene que vivir (con todo y la dificultad porque los pies se van enterrando y las montañas de arena son engañosamente altas, mientras se tiene mucho mucho calor).
Yo subí con el Ukulele, con la idea de sentarme a cantarle al atardecer, pero todo el rato tenía arena en la boca, así que me di por vencida, y simplemente me quité los zapatos y me puse a contemplar cómo se ocultaba el sol, cómo un lugar tan maravilloso se va quedando sin sol cambiando muchas veces de color, y cómo el frío llegando y el clima cambia de un momento para otro.
A veces esos pequeños momentos de contemplación se interrumpen. Yo tuve un grupo de más de 10 gringos "divertidos" que subieron medio borrachos para tomarse fotos en tangas apretadas. Ni eso me dañó el panorama. Es un milagro, un espectáculo, un privilegio observar estos lugares con los propios ojos.
El siguiente día, un lunes, casi todos los turistas se habían ido, y tuvimos la piscina para nosotros solos, el pueblo vacío y de gente amable, la misma tendera de todos los días que se sentó a confesarnos que quiere ir a Colombia a casarse con un paisa, los dependientes del hotel que nos mostraban los gatitos que rescataban y daban en adopción, los niños que sonreían si me veían por ahí escribiendo algunas de las cosas que estaba viviendo.
Un paraíso, uno de verdad.


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