Quito II parte: Un cráter habitado, la mitad del mundo, y la unión de sudamérica


Una ventaja notable de Ecuador es que el transporte es muy económico, 25 centavos, y los otros buses 75, 1.25... (de las pocas cosas que suelen ser económicas porque manejan dólar), y es que como el petróleo está nacionalizado, los precios son muy bajos, en la mayoría de sitios el galón no subía de los 2 dólares.

Al bajar del bus un muchacho, un quiteño muy amable nos dijo que también iba para allá y que pensaba quedarse esa noche. Lamentamos no habernos enterado antes para quedarnos, pero bueno, nos haríamos compañía. Llegamos después de más de 20 minutos en subida, y la niebla era muy densa. Pronto supimos que bajar al cráter tomaría más de una hora, y la subida sería más compleja. El mirador estaba completamente blanco, por lo que decidimos ya devolvernos. El tiempo que había pasado también nos impidió ir a la mitad del mundo, así que nos devolvimos al hostal y decidimos hacer maletas para después ir y quedarnos. El amable Mateo nos contó toda la experiencia y nos preparó para el viaje.

Y emprendimos uno de los viajes más emocionantes ¿Cuántos cráteres habitados puede uno visitar? Y fue agradable la bajada (yo siempre bajo pensando en lo que será la subida), y llegamos cuando ya estaba anocheciendo al hostal prometido, donde cuesta 40 dólares quedarse (habitación privada), pero era un gusto por el que queríamos pasar. Emocionados, pues, llegamos al sitio y nos atendió un francés, un hombre de alrededor de 50 años y que al vernos se hizo una idea de nosotros.
-- Lo más barato, me imagino --nos dijo en tono displicente.

Mi compañero y yo nos miramos, no teníamos mucha opción. Subir a esa hora hubiera sido complejo porque no hay luces, el transporte de vuelta no hubiera sido fácil de conseguir, sin contar con todo el tiempo de recorrido hasta Quito. Esa noche, que habíamos planeado como espectacular por el sitio, por la caminata, resulto siendo algo molesto.

Cuando revisamos la página en Tripadvisor nos dimos cuenta de que los comentarios de los europeos y norteamericanos eran bastante positivos. Ya sabemos que tener que atender a unos sudacas no es tan agradable para un caballero de este tipo. Lamentamos no haber tenido como anfitriona a su esposa (por los comentarios parecía muy amable, pero mientras estuvimos allá, ella estaba de viaje).
Al otro día iniciamos el viaje, y decidimos no hacer más preguntas al anfitrión. Habíamos tomado algunas fotos del mapa que tenía, pero no pareció ser lo suficientemente claro. Algunas veces no aparecían bifurcaciones, y otras tantas había más de dos caminos para escoger.


Las bifurcaciones fueron creciendo, y empezamos a tomar decisiones, la mayoría de ellas avalada por Negro. En el momento de tomar una de las más difíciles decisiones, Negro se había ido a la derecha, le gritamos, lo llamamos, "por ahí no es, Negrito", y él al fin nos hizo caso y caminó con nosotros. Una hora y media después, al llegar a un punto que iba a un río y a una finca cerrada, supimos que el perro tenía razón. Ya habíamos completado tres horas de caminata, pero tendríamos que devolvernos más de una hora. Lo intentamos un poco más, ya no faltaba mucho para completar el recorrido total, pero temiendo una nueva pérdida, decidimos tomar el camino más largo, pero seguro, por donde no necesitaríamos a nadie para preguntar indicaciones (igual no había nadie).

Al despedirnos notamos una pareja de franceses, una mujer en sus 50 con un muchacho joven, su sobrino. Nos dijo ¿colombianos?, nos reconoció por el "cantado", nos dijo, y nos habló de los lugares que conocía en Colombia. Hablamos con ella un rato, muy gentil, y nos fuimos un poco tranquilos, sabiendo que no todo el mundo tiene trabas en la cabeza... cosa que parece increíble en una persona que vive en Ecuador.
Subimos con mucha paciencia hasta el mirador (que se encontró despejado sólo unos minutos más), y luego paramos a comer empanaditas para volver a Quito, felices, a pesar del mal ratico que pasamos, riéndonos de la perdida y de lo cansados que nos encontrábamos.

En el camino nos contó de sus 4 hijos, dos mujeres, dos hombres. Su primer esposo, un ecuatoriano montañista, fue quien la llevó a vivir al país Sudamericano, y luego de morir haciendo lo que amaba, ella decidió quedarse en el país y volverse a casar, a rehacer su vida en ese paraíso, sí, con líos. Nos contaba de algunas cosas que le parecían el colmo, la manera de colarse en la filas (lo que descubriríamos en carne propia en Baños), la falta de civismo, la cultura tan chocante con la suya... y a pesar de todo eso, ella piensa quedarse y morir en esa tierra que la recibió, tierra que le parece mágica. ¿Y quién puede decir lo contrario?
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