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El mundo era tan reciente, que muchas cosas carecían de nombre


Un señor grande me preguntó si era del interior del país. Se me notaba, dijo. Y se me nota mucho, porque por más que el sol me pegue, mi color de rana platanera permanece, El que va a Mompox una vez, quiere volver, afirmó. Me imagino, le dije, pero no, no me imaginaba que iba a encontrar cosas tan maravillosas. 
En ese momento empezó otro clima, otro universo. Todos se sonreían y hacían chistes, dos niños me presentaron a su perra, Estrella y el muchacho del conejo permitió que los demás pasajeros conocieran a su mascota. Todos estábamos ansiosos por que el Ferry comenzara su recorrido por el Magdalena. 

Entonces un hombre se subió, así como cuando se suben a los buses a pedir dinero, pero esta vez el espectáculo fue hermoso. Se presentó como Tres Peos cuando una mujer le llamó señor. Dio un discurso que trataba de definirse entre lo político y lo religioso, bastante contradictorio pero hermoso. Nos ofreció sus servicios para que llegáramos a salvo al otro lado, orando para reprender demonios, espíritus malos, pensamientos negativos y maldiciones de los enemigos. Nos advirtió que la hora en la que subíamos era la hora de Satanás, pero gracias a sus rezos no tendríamos que temer, de cualquier manera pidió perdón a Dios por nuestros pecados en caso de que se hundiera el Ferry. Se puso la mano en la boca en forma de micrófono y empezó a cantar, por varios minutos, una canción que parecía recién inventada. Enojado, luego, por una mujer que dormía en una hamaca, le advirtió que Dios pedía no dormir para no morir. Soy muy religiosa, le aclaró a la mujer, y una ola de risas y comentarios en acento costeño empezaron a cuestionarlo sobre su salida del closet.
El tono entonces le cambió y entendí que este hombre, de Mompox, que viaja de lado a lado del río, es un habitante de Macondo. Thank you, yes, dijo, y empezó a asegurar que por su sangre corría la sangre de uno de los 400 valientes de Mompox que apoyaron a Simón Bolivar, quien dijo que si Caracas le dio la vida, Mompox le dio la gloria. "Yo también fui militante", dijo este hombre al que bien lo podían amarrar a un árbol, y la gente empezó a hacer mofa, preguntándole cuántos años tenía realmente. Él, siendo escuchado solo por mí, dijo que peleó por la causa de Gaitán. ¿Cuál era la causa de Gaitán?, me pregunté, y no entendí por qué se reían los demás. Nadie que esté vivo en Colombia puede decir que no ha estado en guerra, pero a él le cambió la perspectiva de la realidad.
"Yo hablé en el vientre de mi mamá", dijo después, y todo aquel que habla en el vientre de la madre está destinado a ser adivino pero la madre no debe decírselo a nadie. Su madre, contó, lo abandonó debajo de un palo de mango, tal vez por miedo a su hijo adivino. Uno de sus hijos, de los que no sabe nada, habló también antes de nacer. Entonces, después de ese instante de nostalgia que le hacía brillar los ojos, sacó una guacharaca
imaginaria y se puso a cantar, según él, como Diomedes, pero ni siquiera la canción era un vallenato. Se despidió en muchos idiomas, idiomas que solo él habla y entiende. Se bajó del Ferry dejándonos su energía hermosa, yendo a comprar algo de comer para pasar el clima que hace que el diablo suba a sudar.
Casi una hora de camino incluyó el encuentro de tres ríos cerca a Pinillos, una vegetación verde y poblada, un cielo azul de nubes dibujadas por impresionistas y varias casas a la orilla del río. El agua, oscura, revuelta, con algunas pequeñas islas (de tarros de Texaco, bolsas de FAB, paquetes de Detodito) se dejaba manejar debajo del Ferry que atravesaba tranquilo mientras los pasajeros celebraban la apertura de la tienda, comían y luego arrojaban al pobre río sus desechos. 
Me sorprende que el río siga fluyendo y aguantando las sobras de nosotros (y tantos de nosotros que la guerra alguna arrojó en estas mismas aguas). Me entristecí un poco por el mal que hace nuestra especie; ya no vería los Manatíes llorando y paseando sus crías. Al menos tampoco vería cadáveres arrastrados por la corriente.
Como si las llamara para alegrarme la desilusión, aparecieron algunas mariposas amarillas que empezaron a revolotear. No serían las últimas, Mompox está llena de ellas, y cada vez que las
veo no puedo evitar que mi estómago se revuelva de la emoción.
El Ferry llegó a tierra firme, y una vez en el bus, seguimos el recorrido con la confianza de hablar unos con otros, todos emocionados por volver a ver las iglesias, preparados para un calor "más bravo" del que ya hacía. Uno a uno se fueron despidiendo, dándome consejos y expresándome admiración por viajar sola, deseándome una estadía placentera y tranquila. "Esto es muy seguro, no se preocupe". Mompox es tierra de Dios, donde nadie mata por robar, como en otros lados, me dijeron.
A este mundo es eternamente reciente, entendí, que mis consciencias ambientalistas, mis discursos ecológicos no han llegado, que no se entienden las consecuencias más básicas. Se ve en los ojos de ilusión de los momposinos que vuelven a casa, es un mundo nuevo de mariposas amarillas.  
Llegamos a la estación de buses entre polvo, a solo dos cuadras de la zona colonial. Ahí por veinte mil ofrecían habitaciones con "todos los juguetes". Les agradecí el ofrecimiento admitiendo que quería buscar otro sitio y, después de recorrer un par de  cuadras, llegué al Macondo (o tal vez hacía un rato que estaba ahí).

2 comentarios:

  1. A mi me gusta viajar y yo quiero ir a muchos lugares, pero leerte me hace viajar sin necesidad de mover mi cuerpo físico.
    Hay personas que te describen tan bien sus viajes que uno siente que no necesita ir a ese sitio, es como si en el cuerpo de una persona, hubiesen viajado dos almas.
    Preciosa entrada, sigo leyéndote😘
    Nati
    www.navegueruns.com

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    Respuestas
    1. Gracias Natis, como dice King, para escribir uno necesita que alguien crea en uno, y muchas veces has sido ese alguien.

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