domingo, 28 de agosto de 2016

Primer destino: La blanca de Popayan

Hace un mes salimos de Bogotá. No fue (ni es aún) una de las salidas fáciles.
Por un lado es el comienzo de la aventura, la sensación continua de no saber exactamente a dónde se va a llegar ni qué se va a ver (por más de que se planeen las cosas siempre está el excitante factor de la novedad).
Por otro lado está la despedida. Saber que dejarás de ver por un tiempo a tu familia es lo más cercano a sentir el corazón roto. Mis sobrinas, mi mamá, mi hermana, mi papá y mi gata, a quienes extraño profundamente, de una u otra manera apoyaron mi sueño, en el que estoy invirtiendo las fuerzas de este momento de mi vida. Nos acompañaron al Terminal de Transportes, donde decidimos empezar el viaje en bus.
Preparada para un viaje de 11 horas, nos costó casi 14 llegar a nuestro destino; trancones (ese día se levantó el paro camionero), varadas (3 en total y una de ellas en zona peligrosa que exigió la compañía de la policía), algunas paradas de los buses... pero por fin llegamos a la capital de Cauca por primera vez.
Comida de Popayán
Llevaba el corazón bien arrugado, pero el camino va ayudando. Una muy buena amiga le hizo ojitos a su mamá para que nos recibiera en su casa y se dio la bonita casualidad de que su hermana (una talentosa estudiante que ahora vive en Brasil) estaba también de vacaciones.
Por esos días hubo otras mamá y hermana prestadas como para remojar un poquito la nostalgia. Cuidados, comidas, paseos turísticos. Nos mostraron la ciudad y de paso conocimos cómo se vive en ella, al interior de una casa (qué experiencia maravillosa).
Arte callejero
¿Pero qué es lo encantador de la ciudad blanca? Bueno, yo voy a poner en mayúsculas la primera razón por la que hay que ir a Popayán: LA COMIDA. Y no se imaginen ustedes que la comida de allá con los súper platos, allá es una cultura de picar. El restaurante al que nos llevaron fue "Moras de Castilla" (Más recomendado imposible) Carantantas (esas arepuelas que se ven en la foto) y empanaditas de pipian (las chiquitas) acompañadas de hogao y ají de maní. De sobremesa un salpicón, que en realidad es más un granizadito de mora con maracuyá y guanábana (encantador).
Además de ser una excelente capital gastronómica de la picaíta, también tiene cafés hermosos y coloniales por toda la ciudad. El pueblito patojo (a modo de pueblito paisa en Medellín), tiene una réplica de la ciudad en miniatura, muchos cafés y unos tolditos más populares donde venden comida típica (la ya mencionada y chorizos, y obviamente, la deliciosa lulada y el inigualable champús.
Puente el Humilladero
Lo del pueblito patojo, informo a quienes no conozcan la historia, fue un sobrenombre que se llevaron los de Popayán, pues fue un pueblo invadido en un tiempo por las niguas (ese pequeño arácnido que ama meterse entre los dedos y debajo de las uñas causando infecciones y picazón). Debido a que los campesinos de la región andaban descalzos o con poca protección en los pies, sufrieron con la plaga que les hinchaba los dedos y los hacía caminar de manera extraña. Por eso se les llamó patojos.
Y ya que nos metimos con historia, cabe mencionar que Popayán es una ciudad con una carga histórica y política muuuy grande para Colombia, el mayor porcentaje de presidentes de la nación fue nacido allí, y también estuvo varias veces opcionada a ser la capital de Colombia. 
Siendo un pueblo privilegiado (las clases sociales que surgieron hace unos siglos eran bastante ricas), tenían una cantidad considerable de esclavos. A ellos se les castigaba sobre el puente "el Humilladero". Es decir, además de recibir un castigo por alguna falta, recibían el castigo extra de la vergüenza, de ser castigados frente a "todo" el pueblo.
Y, como cualquier pueblo colombiano, Popayán está lleno de inscripciones de por aquí pasó el Libertador, por allí escupió, por allá durmió. Eso sí, apenas merece una media mención.
Además de la carga histórica, Popayán es conocida por su religiosidad. Más de 12 iglesias (y las 12 son las clásicas y conocidas, neoclásicas, barrocas, clásicas, góticas, de arte morisco...) salen cada semana santa con su procesión. Me queda en el tintero la pregunta de si se cruzarán en el camino (aunque creo que cada cual tiene su ruta y su horario, pero me queda tela pa cuento, imaginarme si en un encuentro se cruzan y resultan en un lado dos Magdalenas, y en el otro dos malos ladrones). Bueno, ojo que vale mucho la pena recorrer las iglesias, cada una es un museo muy diferente, pero con los mismos piadosos orando (eso siempre me parecerá lindo).
La Ermita
Y aunque, evidentemente la catedral es impresionante, tengo que darle un punto de preferida a la iglesia jesuita de la Ermita, una pequeña iglesia en la montaña (con una vista increíble), y una historia todavía mejor.
Resulta que cuando los Jesuitas fueron expulsados, se limpiaron los zapatos y dejaron una maldición que decía que la cruz se caería cuando la hora de la ciudad hubiera llegado. En aquel terremoto de 1983 la cruz se partió hacia un lado, el mismo lado de la ciudad que fue destruido por el fenómeno sísmico: esa es la leyenda.
No sé si está de más aclarar que Popayán es llamada la Ciudad Blanca porque por decreto todas las casas y construcciones del centro deben guardar el color blanco y el estilo colonial. Lo cierto es que le da un aire hermoso a la ciudad.
¿El clima? Templadito, muy cómodo. Repleto de museos y además resulta ser la ciudad natal de Negret, cuyo hijo vimos, por casualidades de la vida, sentado en la plaza (y sí se parece, y gracias a nuestra espectacular guía pudimos reconocerlo).
Nuestra parada en el Cauca también nos dejó probar juguito de caña (que mi familia bien sabe que adoro), y disfrutar de los atardeceres desde el campo abierto.
Negret en domingo
Nuestra primera parada nos preparó para continuar por nuestro camino hacia Pasto. Emocionados, descansados y muy bien comidos, de nuevo alistamos maleta para continuar el recorrido.
Si tienen preguntas de la ciudad, por favor no duden en hacérmelas llegar.
Ya saben que en Twitter, Facebook e Instagram me encuentran como Rola de Viaje, y si me siguen me dan más ánimo para seguir contando la aventura. Por favor, si les gusta, compartan.














jueves, 18 de agosto de 2016

Rapidito: Tips para viajar al Cabo de la Vela

Vista desde mi cama

Mi opción para la Guajira siempre es la misma: llegar por Santa Marta y luego a Riohacha (la mayoría del tiempo es más económico). Hoy el post va directo a todo lo que necesitas saber sobre el Cabo.

¿Cómo llegar?
Si decidiste irte por Riochacha:


  1. Toma transporte hacia Uribia. El precio del pasaje suele variar según el precio de la gasolina, pero en general cuesta aproximadamente $15000 y los precios son fijos en un carro tipo taxi compartido. Cerca a la plaza de mercado queda la empresa, aunque también es fácil encontrar los carritos por las calles cercanas.
  2. Toma un camioncito a el Cabo. Este es otro carro que cuesta $15000. A veces es posible pedir rebaja, pero no en los carros más bonitos (es decir, hay más posibilidad de vararse y lo digo por experiencia propia jejeje).

    ¿Dónde quedarse?
    Hay muchas rancherías, y está para todos los gustos, desde 8000. Mi recomendación es, si quiere rumba, El Caracol es una excelente opción y además te quedas en unas hamacas frente al mar en un segundo piso. Si el plan es más tranquilo (mi recomendado), es un poco más caro pero la Ranchería Utta es la más alejada, cercana al Faro y con la mejor comida de los lugares. El precio está alrededor de los $18.000 pero vale mucho la pena. También se puede optar por cuartos con ventilador. Las hamacas están a solo unos pasos del mar. Ellos también piden el carro para cuando uno se va, o consiguen motos para desplazarse.
    Otra de las ventajas de Utta es que tiene agua corriente en los grifos y un pozo de agua dulce que puedes llevar hasta las duchas (Sí, señores, en la Guajira es a tatumadas)
  3. Langosta
¿Qué comer en El Cabo?
Obviamente pescado. Es delicioso (en Utta las porciones son más costosas pero mucho más generosas y frescas). Definitivamente hay que comer langosta, con precios de $40000, chicha de la región (hecha de maíz y no es fermentada pero sí refrescante). Para los más arriesgados también está la opción de comer chivo en todas sus preparaciones; la bandeja Wayuu es una buena forma de acercarse a la comida local.

¿Qué hacer en el Cabo? 
Los planes son muy variados.
  • El primero es descansar.
  • Contemplar el impresionante paisaje.
  • Los atardeceres desde el faro. 
  • Bandaja Wayuu
  • Ir al Pilón de Azúcar (subirlo para contemplar la vista y refrescarse en el mar). Yo hice la caminata muy temprano (Dos horas aproximadamente), y el paisaje es impresionante. Si no quieren caminar, se puede alquilar una moto que cobra $5000 por persona y por trayecto. 
  • En El Cabo también es una buena opción hacer KiteSurfing, por $100 mil pesos te dan una clase por una hora y a medida que tomes más horas, el precio va bajando (yo con una tuve, se me hizo bastante exigente).
  • El ojo de agua (Aunque ta está bastante seco)

¿Qué llevar? 

  • Agua para el camino.
  • Ropa muy ligera.
  • Una cobija delgada porque en las madrugadas hace un poco de frío.
  • Repelente (no es muy necesario por la brisa, pero puede ser que den con un día de poco viento.
  • Dinero en efectivo (en el Cabo NO HAY CAJEROS)
  • Bloqueador.
  • Gorras
  • Vista del Pilón de Azúcar
  • Carpa (es posible acampar en algunos lugares, pero el precio no varía de las hamacas)
  • Implementos de aseo: no son tan fáciles de conseguir.
¿Qué no llevar? 
  • Mala actitud: habrá calor, y una situación que va a sacar a cualquier de la monotonía.
  • Afán: Me parece que el Cabo es de esos lugares para descansar, leer, disfrutar de la vista.
  • Hamaca: Allá las proveen y son del tipo frescas.
  • Chanclas: Para los baños
¿Les sirvió la información? ¿Me faltó algo? Por favor comenten si necesitan algo más.

"Camas" en Utta










Atardecer en el Faro

viernes, 5 de agosto de 2016

Esto es un viaje, no un paseo: Punta Gallinas

Pasamos al Mirador de Casares, una combinación de colores impresionante. Y aunque el mar parece muy cercano, no lo está. El plan en este Mirador es simplemente acomodarse, olvidarse del sol y observar la belleza del mar. Creo que es un plan generalizado, porque con todos los que íbamos, después de tomar un par de fotos, todos nos sentamos a contemplar. El señor del camión muy serio nos gritó, y volvimos al sol y a las piedras del carro.
Voy a contarles que yo estaba en jean todo el tiempo porque (accidentalmente) dejé mi pantaloneta y mi pantalón suavecito en la maleta de Santa Marta (Un consejo: lleven ropa fresca, yo lo sufrí).
Después, y por último, el tour nos llevó por las Dunas del Taroe. Este lugar de verdad que lo hace sentir a uno pequeño. Inmensidad de arena, de cielo, y después de escalar las Dunas, la inmensidad del mar. Y con ese calor, no había nada más que hacer sino meterse feliz al agua tibiecita, perfecta.
Hora y media después, estábamos otra vez de vuelta al camión, y es necesario cargarse de paciencia pues es alrededor de una hora hasta volver a la  ranchería, donde nos recibieron con el pedido que habíamos hecho en la mañana: pescado, arroz con coco, patacón y ensalada.
En el almuerzo nos ofrecieron un recorrido adicional para ver los flamencos por $25000, además de un paseo en lancha hasta la playa "Punta Aguja". Nosotros pasamos y decidimos emprender la caminada a la playa. Los demás hicieron el tour.
El camino es de aproximadamente media hora (parando a tomar foticos), como siempre en el desierto, está repleto de arena, pero también de sorpresas. Animales, pequeñas plantas, y algunos animales, como el burrito, o cabritas comiendo. Pequeñas sorpresas.
Llegamos a una playa  hermosa un poco fría, y de agua oscura (debido a que la arena en esta playa es más oscurita y con playa). Nos metimos casi de inmediato (después de preguntarle a un señor que parecía del sitio si era posible meterse al agua), mientras contemplábamos el atardecer. Ver a los pescadores internarse en el agua también nos dio bastante confianza.
Cuando llegamos éramos los únicos en la playa, los demás parecían solo estar observando, no se animaban a entrar pero después de nosotros, ellos también entraron al agua.
Cuando vi a los pescadores salir del agua, salí yo también corriendo para observar lo que habían sacado. Observé por primera vez una sardina (son transparentes para quienes no las han visto), y una variedad grande de peces. Los pescadores devolvían al mar los que no se iban a comer, contando con los que son demasiado pequeños, o aquellos que no son muy apetecidos. A algunos les cortaban unas espinas para que no fueran destructivos. Mi sorpresa fue grande al ver un par de agua malas posando entre la red.
¿En este agua hay mucho de eso? Ellos dijeron que sí, que muchas y me mostraron una gigante que habían sacado. Me dije "qué salvada", después de tanto tiempo metidos no nos pasó nada, pero entonces observé a los que se habían metido "siguiendo nuestro ejemplo" y ya estaban fuera del agua. A uno de ellos lo pico una de éstas, y si guía (el hombre que nos había animado a meternos) afirmó que no sabía ni siquiera qué animal era ese. Lo que hizo para "curar" a su extranjero, fue ponerle una crema. No sabía lo de la orina, y ya hubiera sido muy tarde. tuvo que aguantar mucho ardor, me imagino.

Obviamente no volví al agua, pero me quede esperando a secarme un poco, mientras el sol caía suavecito.
Nuestros amigos llegaron en la lancha poco tiempo después, y nosotros, que estábamos pensando pedirles que nos llevaran para no tener que caminar, resultamos siendo los guías de ellos: querían caminar de vuelta a la ranchería.
Nos animamos, nos amarramos los zapatos y terminamos el camino con la oscuridad de la noche temprana.

 Esa noche, cansados, dormimos tranquilos en las hamacas y nos despertamos muy temprano a desayunar y a despedirnos del lugar. A las 8 nos recogieron de nuevo, pero esta vez nos demoramos casi hasta la 1 a llegar de nuevo a San Martín. Ya les cuento por qué.
Primero, nos recogió un carro más grande, una camioneta con 8 puestos.
En la parte de atrás había gasolina (imaginen el olor), y ahí mismo se hizo la bogotana. Su novio se fue adelante y mi compañero conmigo. Adicionalmente teníamos a otro muchacho que también necesitaba volver.
Después nos quedamos sin aire acondicionado por una falla eléctrica (y yo muy de buenas quedé junto a la única ventana que abría), la niña se mareó, se pasó para el puesto de adelante Luego tuvimos que parar para que vomitara.
en un rato más el carro se apagó de manera definitiva y quedamos varados exactamente en medio del desierto, en donde sólo se veía arena dura cuarteada para todo lado.
El muchacho que llevábamos de más se cargó al hombro la batería y empezó a caminar hasta que encontrar un método de transporte, desapareció en medio del paisaje árido (luego apareció en moto pidiendo plata para pagar la moto). Mientras tanto los dos caballeros durmieron dentro del calor del carro. Yo alternaba entre el sol inclemente de afuera y el bochorno dentro del carro.
Hablábamos para distraernos, para pasar el tiempo, nos reíamos, y quedó chequeado de mi lista quedar varada en medio de la nada (la situación también nos ayudó a definir que el viaje por Latinoamérica no sería en carro).
Y, como muchas veces me ha pasado en la vida, aprendí también a apreciar el camino y no solo la meta. Los paseos frustran cuando salen mal, pero los viajes son tiempos para aprender, para sorprenderse, para vivir, para conocer, para ser.